Fermín Ezkieta en el interior del Fuerte de San Cristóbal.- IMAGEN CEDIDA POR FERMÍN EZKIETA

Fermín Ezkieta: "Despedir y dar sepultura a los propios muertos es un signo civilizatorio"

Investigador y autor de ‘Los fugados del Fuerte de Ezkaba’

Alejandro Torrús

Fermín Ezkieta es el autor de Los fugados del Fuerte de Ezkaba, un libro que es mucho más que una investigación sobre la histórica fuga carcelaria de 795 presos del Fuerte de San Cristóbal, en los alrededores de Pamplona, el 22 de mayo de 1938. La obra de Ezkieta ha sido fundamental para seguir conociendo los detalles sobre cómo se produjo la evasión y, muy especialmente, para conocer qué itinerarios tomaron los presos en su intentona de llegar a Francia. Sus investigaciones han permitido la localización y exhumación de numerosas fosas por parte del Instituto Navarro de la Memoria y, además, la identificación de varios de ellos y entrega a sus familias. Ezkieta es, por tanto, una de esas personas que con su trabajo diario y constante hace de la lucha por la memoria una lucha por la dignidad de las familias. El libro, editado por Pamiela, ya va por su cuarta edición.

¿Cómo y por qué comenzó a investigar la fuga del Fuerte de San Cristóbal?

Desde mi casa en Pamplona veo el Fuerte. Me parece sorprendente que la mayor fuga carcelaria de la historia europea, que pasó por la puerta de nuestras casas, haya sido desconocida. Me preguntaba por quiénes eran los que escapan, dónde llegan... y de ahí, van surgiendo respuestas a otras preguntas, como el paradero de los fusilados en la escapada. Ha sido un episodio poco aventado, pero en su momento suscitó, por ejemplo, tres reseñas en The New York Times, o un par de informes de la embajada británica a su ministro, Halifax, señalando que a los capturados se les fusilaba sin más trámite.

Su obra investiga de manera minuciosa los caminos y senderos por los que los presos intentaron llegar hasta Francia. ¿Por qué le interesaba tanto este punto?

Un grupo de senderistas buscábamos resolver cuáles hubieran sido las rutas más apropiadas para ganar la frontera, a 50 kilómetros del penal del monte Ezkaba, si hubiesen contado con guías, con mugalaris. El diseño de esas rutas ha contado con los informes oficiales, las declaraciones de los 586 fugados capturados, los testimonios de los vecinos de esos valles, y de modo más dramático, con las fosas localizadas. Ello ha desembocado en la creación por el Instituto de Memoria de Navarra del GR 225, La fuga de Ezkaba 1938, una ruta orientativa del camino que pudo llevar al leonés Jovino Fernández, uno de los exitosos fugados, a Urepel, ya en Francia. Como conclusión diría que los fugados, sin apoyo externo y sin conocimiento previo del terreno, andando de noche y guiándose por las estrellas, se dirigieron acertadamente al mismo espacio geográfico utilizado para el paso clandestino, antes y después de la evasión, y los ancestrales caminos del contrabando fronterizo.

Solo tres presos consiguieron llegar a Francia. No obstante, usted está siguiendo la pista de un cuarto hombre que pudo haber conseguido escapar de este penal. ¿Cómo marcha esta investigación?

En el libro expongo los indicios, sólidos indicios, de la existencia de un fugado que alcanzó la frontera y quedó sin documentar. Hay una premisa previa: la contabilidad de presos en el fuerte fue deficiente y queda probado que hubo muchos presos que no fueron registrados. Tan solo un dato, hasta hoy desconocido y que incorporo en la última edición: hubo un fugado, Benito Paredes, que logró escapar a su tierra, Avilés, donde fue detectado y muerto “en acción de guerra” el 8 de agosto, dos meses y medio después de su evasión. Así consta en un lugar tan alejado como el Archivo Militar Pirenaico de Barcelona y es corroborado por el Registro Civil de Avilés. Muestra que la investigación sobre el paradero de los fugados, también de este cuarto fugado, no ha concluido.

Sus investigaciones han permitido localizar fosas de evadidos y recuperar sus cuerpos. ¿Qué se siente cuando le comunican que una familia ha encontrado a su ser querido gracias a usted?

En el pueblito de Larrasoaña, a mitad de camino a la frontera, se localizó en 2018 una fosa con cuatro fugados gracias al testimonio de una vecina, Paulina Linzoain, entonces una niña. En 2020 se identificó a uno de ellos, Leoncio De la Fuente, gracias al ADN de su hija Paula, y esta llegó desde Valladolid a recoger los restos de su padre, a quien vio salir de su casa hace ochenta años. Paula y Paulina, nonagenarias, se fundieron en un abrazo. Ese emotivo momento no tiene precio.

Todavía quedan muchas fosas y fusilados por localizar. Las fuerzas franquistas asesinaron a 206 de los 795 presos que salieron del Fuerte de San Cristóbal. Entre ellos se encontraría Leopoldo Pico, al que todo el mundo considera como el ‘cerebro’ de la fuga. ¿Cree que es posible encontrar estas fosas o el paso del tiempo lo complica todo?

La primera fosa de esos 206 fugados fue hallada en 2015, 77 años después de su fusilamiento. Ha sido un proceso tardío. Los testimonios de testigos se agotan. La pregunta que me corroe es cómo se ha podido mantener en el silencio por décadas la existencia de este inmenso cementerio entre el fuerte y la frontera, cementerio sin puertas y sin flores, pues las familias nunca fueron notificadas de las muertes de sus allegados.

En su experiencia, ¿qué cambia en un territorio cuando se abren las fosas y se descubre lo ocurrido durante los años de la Guerra Civil y de represión franquista?

Despedir y dar sepultura a los propios muertos es un signo civilizatorio desde la prehistoria. Sonroja que tan elemental derecho haya sido negado.

¿Por qué los desenterramos? Más allá de invocar a las familias, las exhumaciones actúan también como una suerte de liturgia de reparación social, enfrentar una anomalía. Remover los restos, y con ellos, el pasado. Brindan la ocasión a la sociedad de mirarse a sí misma y revisar ese episodio de su historia. Eso lo he vivido en los valles donde sucedieron los hechos. Lo dijo el poeta Luis Rosales: “Iluminar las estancias hasta dejar la casa encendida”.