Juan Ponte camina por delante de la sede del proyecto PZSB.- DAVID AGUILAR SÁNCHEZ

Juan Ponte: "El orgullo de clase no puede ser orgullo de la explotación de la clase trabajadora"

Víctor Guillot

A pesar de contar con menos de 40.000 habitantes, Mieres se ha convertido en los últimos años en un referente cultural a nivel asturiano. Juan Ponte (Mieres, 1983), profesor de filosofía, músico y responsable federal de formación de IU, ha logrado construir desde la Concejalía de Cultura y Turismo que ocupa un discurso materialista, emergente, militante de futuros y destructor de melancolías. Su labor no ha consistido en rescatar, ni tampoco en mirar al pasado con nostalgia, sino en amalgamar los materiales de los que está hecho Mieres para construir con ellos realidades culturales que sitúan al concejo en las cartografías de la escena filosófica, musical y de las artes plásticas, diseñando programaciones, interconexiones, que van desde Mieres Centro Cultural, pasando por las intervenciones en el recuperado Pozu Santa Bárbara o los modernos coloquios del festival Fiasco.

Hace años nadie se imaginaba que Mieres pudiera ser un destino turístico. Sin embargo uno de los lemas que su concejalía acuñó de manera provocadora es "Mieres, lugar de peregrinaje cultural".

Nosotros pensamos que la cultura es un tractor que puede atraer a públicos de otras provincias a pasar el fin de semana en Mieres. Que vengan a un concierto o a una exposición, que coman, compren y pernocten. Lo intentamos a través del patrimonio industrial, natural y etnográfico. Intentamos relacionar estos acontecimientos culturales con las propuestas turísticas que tenemos en el concejo. Paseos por las distintas sendas, las vistas al patrimonio industrial, etc. Eso es también innovación, investigación y desarrollo. En el esquema turístico que tenemos, Bustiello ha sido la joya de la corona del patrimonio industrial en el norte de España. Es el proyecto del Marqués de Comillas para sus "obreros modélicos" y tiene un fuerte atractivo. Pero además de Bustiello, potenciamos mucho el valle del Turón, que tiene una absoluta singularidad: es la historia de la minería española en un entorno natural, con un paisaje protegido. El Pozu Santa Bárbara es el primer pozo declarado de interés cultural de España. De manera que puedes venir a un concierto el viernes, el sábado o el domingo y ese fin de semana ir también al Pozu Santa Bárbara a ver una intervención escultórica de Herminio y su arte cinético o de Anthony McCall y su obra lumínica. De esta manera, creamos una intersección entre esos hitos de la historia industrial y el arte contemporáneo con las sendas naturales. A su vez, todo ese recorrido lo estamos interconectando con la gastronomía y hemos creado el programa Bocamina, un conjunto de gastro-veladas que se celebran en entornos mineros como el Pozu Espinos y Santa Bárbara y en las que la comida evoca historias y sabores de la minería. Lo hacemos huyendo de la melancolía y con perspectiva de futuro. Nos preguntamos qué podemos hacer con el patrimonio industrial que no lo hayan hecho otros ya. Para nosotros era fundamental no confundir el continente con el contenido. Si el contenido es minero, no abundes incorporando más historia minera porque eso se va a agotar muy rápidamente. El entorno se agota. Pero si vas haciendo intervenciones artísticas de primer nivel internacional, la cosa cambia completamente. Con la intervención de Anthony McCall tuvimos más de 3.000 visitas y Herminio las superó.

Incorporar a Anthony McCall es un manifiesto de intenciones.

Aparentemente era una locura, pero fue un éxito. Conseguimos que el público visitara la pieza de Anthony McCall, que conociera el patrimonio industrial de Santa Bárbara, que comiera en el valle del Turón o en cualquier otro punto del concejo de Mieres, que conociera la senda natural, de manera ciclable, con un nivel medio-bajo de dificultad, y después se pudiera venir a un concierto o tomarse unas sidras en Requejo. En esa experiencia estética, en una sala de compresores, está rebotando toda la tradición minera.

Creo que la melancolía, a la luz de un análisis político, acaba siendo un elemento reactivo para el desarrollo cultural de las ciudades.

Estoy completamente de acuerdo. Hay dos acepciones de la melancolía. La primera alienta la creatividad, el ingenio. La resumió muy bien Víctor Hugo cuando la definió como la alegría de estar triste. No hablamos de esa melancolía que es la del artista, la del escritor, la tuya misma. Hablamos de una melancolía en un sentido negativo, como la pérdida del objeto deseado, y yo creo que tiene tres características. La melancolía idealiza el pasado, un pasado que no existió. En este caso, un pasado minero donde no había ninguna problemática: no existían accidentes mineros, nadie moría, no había misoginia ni machismo, no había problemas de alcoholismo, no había explotación. Todo eso se olvida y se idealiza la situación.

Me parece muy interesante hablar de la desmitificación de la melancolía porque desactiva el obrerismo, el idealismo de la penuria de la clase obrera.

El orgullo de clase no puede ser orgullo de la explotación de la clase trabajadora que mantiene una dependencia salarial con los propietarios de los medios de producción. Cómo puedes tener orgullo de estar explotado. El orgullo entonces se volcaba en cómo se organizaba la clase obrera para emanciparse de ese modelo de trabajo que consideraban inhumano. Exactamente lo contrario. En segundo lugar, la melancolía paraliza, porque te ancla al pasado. Y si vives anclado al pasado no vives en perspectiva de presente y de futuro. Y eso es lo que pasa con el patrimonio industrial asturiano, que está concebido en clave pretérita: memoria democrática, exposiciones fotográficas, documentales. Y con todo el respeto creo que lo hay que potenciar y promocionar, pero no puede ser sólo eso, porque es un material que se agota. Es un campo de investigación finito. Con el Pozu de Santa Bárbara hemos pensado en algo distinto. Hay una izquierda que piensa en términos de "fabricona", piensa en la llegada de una gran fábrica que va a dar miles de empleos, como ocurrió con las minas del carbón. Estamos en un modelo posfordista que no tiene nada que ver con esto. Después hay una izquierda neoliberal cuyos proyectos extienden un imaginario similar al de Sillicon Valley que no se ajusta a la realidad del entorno.

Antes de que me cuente la tercera consecuencia de esta teoría de la melancolía es curioso cómo segmenta políticamente a las sociedades. En Asturias, la melancolía está adherida a la memoria de la izquierda y el emprendimiento al discurso neoliberal.

Totalmente. La melancolía está ligada al fracaso y a la derrota. Y esta es la tercera característica de la melancolía. La melancolía ofrece un final de la historia, un "aquí se acabó todo y no hay nada más que hacer". Solo queda mirar hacia atrás. Por eso escapamos de la melancolía, porque idealiza, paraliza y está ligada a la derrota. Con el Pozo de Santa Bárbara lo fácil habría sido llenar las paredes de fotografías y llegar a un acuerdo sobre el material intangible de la memoria con la Universidad de Oviedo. Eso ya lo estamos haciendo, pero no podía ser solo eso. Se exige ser disruptivo. Nuestro objetivo es hacer contrahegemonía, democratizar la experiencia estética. Eso no significa que todas las opiniones sean iguales. Yo soy universalista, pero sí significa generar las condiciones para que cualquiera pueda disfrutar de una experiencia estética, remover sus sentidos, como vivimos y categorizamos el arte. La pieza de Anthoni McCall lo consiguió. Tanto la persona con grandes conocimientos técnicos como la más ignorante vivió la experiencia estética.

Se impone una teoría del público y los gestores culturales no se han parado a pensar para qué públicos deciden intervenir.

Gadamer decía que el arte es una religión. Cumple ese papel en el sentido de ritual, forman parte de él los integrantes de su ceremonial. El arte hace que se distingan del público general. Ese ánimo de distinción y prestigio social está presente. Hacer una intervención artística en la sala de compresores de un pozo minero consigue que esos convencionalismos exploten completamente, porque te hace descender a la clase social trabajadora. Derribas las barreras que existen entre los que saben y los que no saben. Un físico puede entender, incluso mejor que un artista como Herminio, lo que hace Herminio, pero sólo Herminio consigue hacerlo y cualquiera puede conocerlo.