Opinión
Libres
11 de septiembre de 2018
La Libertad es un concepto tan amplio que en el coloquio utilizamos el término libertades cada vez con más frecuencia para tratar de abarcarlo entero. ¿O hemos acuñado el plural porque hoy la Libertad se ataca por tantos frentes que el contarlo nos obliga a detallar el tipo de Libertad (o de ataque a la misma) al que nos referimos?
Lo cierto es que el término libertades, el plural, transmite materialidad y concentración, algo tangible... Tanto como la cárcel, las condenas, las imputaciones por odio o rebelión, las multas, el silencio forzoso, las lágrimas de las familias separadas... Se palpan, se sienten. Duelen. La conclusión, sin duda, es que hoy es una lamentable necesidad apelar más al conjunto de libertades, punto por punto, y a la vulneración de todas que a la Libertad misma.
Siempre –y casi siempre con acierto– la mayoría hemos recurrido a Jean-Paul Sartre para definir la Libertad; lo hacemos quienes dejamos alguno de nuestros esfuerzos en la apasionante tarea de cuadrarla (imposible). Por eso el filósofo era –con mucha cabeza– muy pesimista en cuanto a la consecución de la misma: “Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”. La cuadratura del círculo y el humano que la revienta. ¿Cómo? Hoy, siglo XXI, se invade el espacio del otro casi por puro entretenimiento. Con una malsana actuación, azuzada desde sectores que ven temblar sus privilegios, o sus ganancias, o sus derechos que no son los de todos/as, o su orden abusivo e inhumano..., llenamos las redes sociales, por ejemplo, de llamamientos a la falta de Libertad y a la censura de quienes no piensan como nosotros/as.
¿Es lo mismo opinar que censurar una opinión? ¿Es comparable insultar y ser grosero o maleducado que ser un delincuente? ¿Y mal letrista o cantautor o grafitero o actor y titiritero crítico con el Estado que merecedor de prisión? ¿Por qué sí podemos insultar a un presidente del Gobierno estatal o territorial, a un diputado/a o a un senador que hemos votado? ¿Y por qué no podemos insultar a un jefe del Estado que ni siquiera hemos elegido? ¿Por qué debemos reverenciarlo, pagarle los gastos de actos que repudiamos o callar en su presencia? ¿Es la misma la voluntad del pueblo catalán que la de todo el español? ¿Si a uno/a le votan solo los catalanes debe responder ante todos los españoles?
¿El delito de rebelión implica violencia o la violencia es tan subjetiva que depende de la sensibilidad de los ojos del juez(a) que la juzguen, incluida la física? ¿Somos europeos ante el Tribunal ídem y no ante los tribunales de Justicia de cada país que integra la Unión Europea y da forma a ese Tribunal comunitario? ¿Ante qué leyes hemos de responder? ¿Por qué las leyes y los jueces que deben proteger los derechos fundamentales no son idénticas ni garantizan la misma justicia en todas partes? ¿Por qué se puede votar a quienes piden la independencia de un territorio pero no aspirar a esa independencia, es decir, al cumplimiento de un programa electoral si el interés mayoritario es hacerlo? ¿Es más demócrata el que llama a votar para cambiar leyes o el que prohíbe hacerlo a través de esas mismas leyes que se pide modificar?
Once de septiembre de 2018, Onze de Setembre de 2018. Hoy.
Nos jugamos la libertad por culpa de un puñado de intereses prostituidos. Aquí, en Catalunya. Allí, en el resto de España. Cada día, cada hora, cada segundo, en la redacción de Público, miramos más allá de las noticias, los teletipos, la última hora que nos desborda. “¿Hacia dónde vamos que no avanzamos como sociedad democrática plena y libre cuarenta y tres años después de la muerte de un dictador?”, nos preguntamos recibiendo información sobre unas y otras libertades violadas.
Hace 43 años (noviembre de 1975) murió el genocida Francisco Franco. Siniestro, cobarde, torturador, feo en amplitud, misógino y asesino por devoción, el gallego más despreciable de todos/as y ‘máis alá’, uno de tantos humanos deshumanizados, nos dejó el diseño de una pseudodemocracia a medida de los suyos que iban a caer por el ímpetu de una sociedad desgraciada y furiosa; reprimida y harta.
Valiente.
2018, cuarenta y tres años después de la muerte del dictador y con sus huesosa amenazando con protagonizar el remake 20º de ‘La Momia’, seguimos con un Estado aconfesional en teoría y católico de facto y un poder judicial que campa a sus anchas desde la dictadura, sin más ley que la suya, sin más responsabilidad que la personal de cada juez (bajo la sombra interesada del bipartidismo añejo) y sin más transición que la del paso de Tribunal de Orden Público (TOP) a Audiencia Nacional (AN), la cual, a falta de ETA, aplica un Código Penal de 2015 (reformado por PP y PSOE) que le permite imputar “terrorismo” y “rebelión” a cualquier acción que amenace el orden bendecido en aquel noviembre de 1975, tal y como viene contando Alejandro Torrús con escrupuloso detalle en este especial.
“Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga...”.
Estamos muy cerca de lograr dar a este país un giro de 180 grados. Nadie dice, sin embargo, que vaya a ser este vuelco un paseíllo de dictador en la plaza de un pueblo sometido. Al contrario. Hoy celebramos L'Onze de Setembre de 2018 bajo la losa implacable de los/as presos políticos y un especial de Público que demanda el fin del ‘Cerco a la Libertad’ de estos últimos años. El fin del retroceso. La Diada, hoy, ha de estallar en un grito único e inconfundible por la Libertad y la Democracia plenas, nada más y, sobre todo, nada menos. Que las fuerzas más oscuras y represoras, las ansias de uniformidad y sumisión de intereses inhumanos y el afilado cuchillo de una ley sin justicia no haga desfallecer a los hombres y mujeres valientes de Catalunya. Nos queremos libres. Libres, libres, libres.