Opinión

La hidra de la plurinacionalidad

María Corrales

13 de julio de 2023

El "sanchismo" se ha convertido a lo largo de esta campaña electoral del 23J en el gran significante negativo de la derecha para referirse a todo aquello que no les gusta del  gobierno. Un gran contenedor semántico donde comparten espacio la supuesta soberbia del presidente, sus ‘mentiras’ y los acuerdos con fuerzas independentistas, siempre "ilegítimos". Un recurso discursivo nuevo para una idea muy vieja, la de la "Anti-España", ese conjunto de infieles dentro de nuestras fronteras que, como ya alertaba Menéndez Pelayo hace casi dos siglos, tiene la pretensión de disolver España en "cantones y reinos de taifas".

Pedro Sánchez describió este significante negativo como "un monstruo de varias cabezas". A sabiendas o no, el candidato del PSOE introdujo a través de esta metáfora el  verdadero problema de la derecha con esa otra España cuya existencia no reconocen: la plurinacional, la que emergió con fuerza en las elecciones de 2019 votando de forma muy mayoritaria en sus territorios a fuerzas soberanistas con voluntad de relacionarse bilateralmente con esa otra gran cabeza del centro.

En la mitología griega, ese gran monstruo era conocido como la Hidra de Lerna. Una serpiente policéfala inmortal cuya virtud consistía en generar dos cabezas por cada una que se le cortara. Para derrotarla, Hércules se vio obligado a quemar los muñones de las amputaciones y a enterrar la cabeza principal, eterna, que aún hoy seguiría con vida esperando el  fomento para ver de nuevo la luz.

Como en el mito, la España que, como decía Machado, venía a helarnos el corazón, ha visto siempre la plurinacionalidad como el mal imperecedero de un país condenado a defender su indivisibilidad. Sin embargo, como la Hidra, cada vez esta visión del país se ha impuesto por la fuerza, la consecuencia ha sido que detrás de la derrota de una irrupción nacional, han venido nuevas tensiones territoriales.

Así ha sucedido con el final del procés soberanista cuyo desenlace, a pesar de haber generado una gran desafección y desmovilización en Catalunya, ha coincidido con un gran  crecimiento de EH Bildu o del BNG, herederos, hoy, de gran parte de las pulsiones del cambio político del ciclo anterior. También con la irrupción de la España Vaciada cuya  existencia plantea una nueva crisis territorial frente al centralismo político y económico de Madrid desde un nuevo eje. Y es que la única constante en este país no es el "gen rojo y separatista" que reaparece a lo largo de los años, sino la incapacidad de sus élites de integrar la pluralidad social y política de sus pueblos, a quienes desde la formación del
Estado liberal se ha mirado siempre con un halo de sospecha.

Frente a un PSOE que a lo largo de su historia ha tachado en varias ocasiones a los nacionalismos periféricos como un fenómeno "burgués", lo cierto es que en los grandes  periodos de transformación política de España como son la primera y la segunda repúblicas, la plurinacionalidad y los anhelos democráticos han coincidido bajo el mismo paraguas antimonárquico.

Una tensión compartida que llega hasta nuestros días y que explica las razones por las que el BNG o EH Bildu han sabido incorporar parte de la pulsión de cambio del último ciclo a través de un discurso y unas demandas contra el Régimen del 78 que hoy se parecen mucho más al Podemos de 2016 que al proyecto encorsetado del Gobierno de coalición con el PSOE.

Bajo esta premisa, la última legislatura ha resultado ser un primer ensayo por parte de las fuerzas soberanistas y de Podemos para una alianza política basada en la idea de un  bloque plurinacional, progresista y republicano. Los diferentes decretos del estado de alarma, el Ingreso Mínimo Vital, los presupuestos generales o el tope al precio del gas son algunos de los ejemplos de medidas que han salido adelante gracias a esta mayoría. Sin embargo, al margen de la reforma del delito de sedición, una medida quirúrgica y no troncal dirigida a la desjudicialización en Catalunya, lo cierto es que no ha existido la capacidad de iniciar un proceso de reformas políticas ambiciosas en clave de democratización del  Estado.

En este sentido, posibles iniciativas como una ley de plurilingüismo, un modelo justo de financiación, la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, la exigencia de unos mínimos ddemocráticos a la monarquía o algo tan básico como el reconocimiento de las diferentes realidades sindicales en el diálogo social no solamente se han quedado en el tintero, sino que ni siquiera han llegado a constituirse como una agenda común de exigencias realizadas desde la periferia hacia al centro. Todo ello, a pesar de los intentos continuados de una izquierda abertzale que por primera vez en su historia ha decidido implicarse en la transformación del Estado recogiendo el testigo de la avanzadilla que durante los dos periodos republicanos y la Transición representó una Catalunya hoy ensimismada en sus conflictos internos derivados de la gestión de la derrota del procés.

Lo recordaba el dirigente de EH Bildu, Arnaldo Otegi, en una entrevista reciente: "Si de verdad en el Estado español se quiere avanzar a una verdadera y profunda democratización,  Hay que dar una solución democrática al problema nacional, porque, si no se hace, siempre va a estar ahí como un problema y va a probar que en el Estado español no son capaces de entender que, en términos democráticos, es un Estado plurinacional".

La pregunta es, entonces: ¿existen los mimbres para que en la próxima legislatura, si la izquierda revalida el resultado, se abra algún tipo de reforma constitucional o, en su defecto, estatutaria, que no sea tumbada a posteriori por el Tribunal Constitucional? Desgraciadamente, todo parece indicar que la falta de iniciativa política en este campo por parte del  Gobierno de coalición en esta materia ha dejado hoy el país en peores condiciones culturales y políticas para abrir ni siquiera el debate, ya no de la plurinacionalidad, sino del  plurilingüismo.

Lejos de un paraguas común para reiniciar la legislatura a la ofensiva, el resultado de este bloque de alianzas plurinacional ha quedado en una primera aproximación entre partidos  independentistas y soberanistas cuya agenda, al margen de las declaraciones, parece avanzar hacia un escudo defensivo frente al retroceso ya iniciado por PP y Vox en algunos territorios como el País Valencià y les Illes Balears.

La sensación es de oportunidad perdida. Sin embargo, como el mito de la vieja Grecia y para pesadilla de Menéndez Pelayo, el problema territorial y republicano seguirá ahí. Y quizás, como sucede siempre frente a un gran antagonista común, esto sirva para liderar una nueva acumulación de fuerzas sin capacidad legislativa en lo inmediato, pero con capacidad para mover a las izquierdas estatales y periféricas hacia una nueva centralidad democrática compartida en un futuro próximo ciclo.