Manuel Castells en el Senado.- EUROPA PRESS

Manuel Castells: "El problema es cómo generamos la esperanza en medio de este mundo atroz"

Alejandro Torrús

Manuel Castells (Hellín, 1942) es el sociólogo español de más reconocido prestigio. Fue ministro de Universidades en el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Dimitió en diciembre de 2021. Dejaba como legado político un histórico aumento de la inversión en becas universitarias en el peor momento de la pandemia de coronavirus. Recientemente ha publicado el libro 'Testimonio' (Alianza Editorial).

Una ola de extrema derecha recorre las democracias occidentales. ¿Qué la caracteriza?

Que está ampliamente normalizada en casi todas las democracias, incluidos países tan democráticos como Finlandia o Suecia. Y desde luego en España, donde Vox está siendo determinante. Es una puesta en cuestión de valores de tolerancia y democracia por parte de una proporción creciente del electorado.

¿De dónde nace y de qué se alimenta? ¿Es el miedo un factor que permite su expansión?

El miedo a la incertidumbre, materializada en el miedo al "otro" y "a lo otro", que suscita el odio, es un factor clave. Pero también hay una reacción del hombre-macho (con numerosos ejemplares entre nosotros), que se siente amenazado en su núcleo básico por el feminismo y la cultura LGTBI.

¿De dónde surge el miedo? ¿Quién lo está agitando y por qué?

El miedo surge de la incertidumbre resultante de una globalización incontrolada, de un cambio tecnológico que no se entiende, de una crisis de legitimidad de las instituciones políticas y partidos tradicionales, de la crisis del patriarcado y de una inmigración que es necesaria, aunque rechazada, y que ya se ha convertido en minorías étnicas y que se utiliza como el chivo expiatorio de todos los demás temores. Y lo agitan los políticos de derecha y la prensa ideologizada que ha dejado el periodismo hace tiempo. Obviamente no hablo por Público.

¿Corren riesgo los sistemas democráticos occidentales o sus minorías?

Las minorías están siendo cada vez más marginadas y estigmatizadas, como demuestra el insostenible racismo en Francia, a pesar de que ya son más del 20% de la población. Las instituciones democráticas por ahora no corren peligro, pero los valores democráticos que las sustentan sí. Es cuestión de tiempo que se ponga en solfa a las instituciones mismas.

¿Qué podemos hacer para frenar esta vorágine que amenaza nuestro sistema de libertades?

Luchar, como siempre hemos hecho. Luchar social, política y culturalmente. Pero entendiendo al miedo y no respondiendo al odio con odio. Hay que detener la espiral.

Tenemos la guerra a las puertas de Europa. ¿Cómo vio la invasión de Rusia?

Es una agresión injustificada que responde a la ideología neoimperial de Putin como forma de legitimar su poder. Y por tanto hay que defender a Ucrania. Pero la invasión nace de la humillación sufrida por los rusos tras la desintegración de la Unión Soviética y que Putin utiliza para su poder personal. En cierto modo se podría comparar a la humillación de la Alemania de Weimar y ya sabemos cómo acaba esto. Pero en versión nuclear.

¿Vislumbra un posible final?

Las guerras solo acaban por derrota total de un contendiente o mediante negociación. Algunas se congelan, como la de Corea, que aún sigue en guerra legalmente. La derrota total de una potencia nuclear es impensable porque se utilizarían armas nucleares tácticas y de ahí puede escalar a tragedia global. Por tanto, lo que se negociaría es cuántos miles de muertos hacen falta por kilómetro cedido. Pero todo cambia si Putin muere o hay un golpe de Estado. Estuvimos cerca y aún puede darse. Pero hay que ser conscientes de que un golpe de Estado sería en favor de fuerzas ultranacionalistas que intensificarían la guerra.

A pesar del conflicto ruso, muchos ojos están en China y en Taiwán, por lo que pueda pasar. ¿Cree que hay riesgo de un conflicto a mayor escala que implique a China?

No. A China no le conviene la guerra porque el tiempo juega en su favor. Ya es la primera potencia económica y está avanzando rápidamente en las tecnologías decisivas como conectividad y computación cuántica. El problema es que Estados Unidos tiene miedo de perder su hegemonía mundial, precisamente con China, y algunas provocaciones como las visitas oficiales a Taiwán pueden acabar mal. Pero la Administración Biden está recogiendo velas rápidamente y reparando las relaciones con China porque de eso depende la prosperidad económica mundial. Taiwán es un tema ideológico nacionalista, con profundas relaciones económicas y culturales con China. Y China cuenta el tiempo con perspectiva histórica. Taiwán será chino, pero no merece un conflicto abierto con Estados Unidos por acelerar un proceso que los chinos ven como ineluctable.

¿Tiene futuro la UE? Decía usted recientemente que "hoy día la OTAN para la integración europea es mucho más importante que la Unión Europea".

La UE es una necesidad absoluta para la prosperidad y la autonomía de los europeos, en un mundo en el que solo representamos un 16% de la población mundial. Pero la guerra de Ucrania y el miedo renovado a Rusia, sobre todo en los países del Este, han puesto en primer plano la pertenencia a la OTAN (y por tanto la dependencia estratégica de Estados Unidos) y esto puede hacer peligrar los valores humanistas europeos, que son la base cultural de la UE. El peligro no viene de Estados Unidos, que es una cultura democrática, sino  de la militarización de Europa, con países como Polonia, Hungría o los bálticos, que solo piensan ahora en términos de seguridad.

¿Puede Europa organizar su futuro lejos de la OTAN o es una dependencia difícilmente resoluble?

Es impensable conseguir autonomía militar exceptuando un esfuerzo enorme en inversión militar que desequilibraría la economía europea. Por tanto, militarmente dependemos de la OTAN. Pero podemos ir aminorando la prioridad estratégica a través de cooperación internacional amistosa, en particular con China y las empresas chinas y con América Latina, para quienes podemos ser un puente con Europa.

Fíjese que hemos hablado de miedo, guerra y crisis climática. ¿Dónde está la esperanza en este mundo del siglo XXI?

En los jóvenes, sobre todo en las mujeres jóvenes, las más interesadas en cambiar el modelo de vida. Feminismo, ecologismo y paz están intrínsecamente ligados.

¿Usted mantiene la esperanza en un futuro de paz?

Sin paz no hay esperanza y sin esperanza no habrá paz. La neurociencia sabe que el antídoto emocional contra el miedo es la esperanza. El problema es cómo generamos la esperanza en medio de este mundo atroz. Hay que volver a construir proyectos que sitúen a los valores éticos en nuestro horizonte personal y colectivo.

A usted, que ha participado de tantas luchas a lo largo de su vida, ¿qué le da esperanza para seguir trabajando e involucrándose en proyectos? ¿Cuál diría que es su lucha?

La lucha por la libertad. Yo siempre he sido anarquista, aunque con pragmatismo socialdemócrata. Pero la libertad no puede defenderse solo a partir de uno mismo. Tiene que ser con los otros. O sea, un comunismo libertario, la gran tradición revolucionaria de nuestro país. Y empieza por querer a los demás y contar con ellas y ellos. Que te quieran da mucha energía.

¿Cómo ve la situación en España?

Depende de qué España hablamos. Hay una España tradicional, conservadora, centralista, excluyente y potencialmente neofranquista que controla medios de comunicación y se  alía con poderosos grupos económicos. Hay una España sensata, socialdemócrata que busca apoyarse en los nuevos valores de los jóvenes que salieron de los movimientos sociales. Y hoy por hoy no está claro el resultado de este conflicto. Lo único seguro es que la España moderna y reformista solo puede prevalecer apoyándose en los ciudadanos que no se ven necesariamente como españoles de la vieja España, porque somos, quiérase o no, un país multicultural y plurinacional. Ahí se juega todo. Y este tema es transversal, diferencia a la izquierda en sectores nacionalistas españoles y nacionalistas de otras nacionalidades. Los que se consideran ciudadanos del mundo más allá de la identidad solo pueden permitirse ese lujo desde Londres o Nueva York.

Cuando accedió a formar parte del Gobierno de coalición, ¿le sorprendió la España que encontró? ¿Esperaba ese ambiente hostil?

Yo conocía España, porque nunca desconecté. Pero me sorprendió la violencia política, un Congreso poco civilizado y una prensa madrileña que en buena parte eran panfletos  hostiles y sin principios profesionales.

La derecha ha conseguido crear una etiqueta, el “sanchismo”, que le sirve de cajón de sastre de todas sus críticas y proyectos. Eso ha dado para un sinfín de artículos y discusiones. Usted se ha sentado en el Consejo de ministros. Es amigo de Sánchez. ¿Sabe qué es el “sanchismo”?

Efectivamente yo soy amigo personal de Pedro Sánchez desde antes de llegar al Gobierno. Es un idealista pragmático. Un hombre de principios, muy arraigado en su familia y en su país, militante socialista desde los 15 años. Nada que ver con la imagen satánica que los panfletos de derechas han construido. Pero perdimos la batalla ideológica. El ayusismo fue más hábil, porque se envolvió precisamente en la bandera de la libertad identificándola con el no cumplimiento de las medidas que tuvimos que imponer para controlar la pandemia. Y utilizó el nacionalismo español, muy arraigado en el pueblo, para presentar a Sánchez como el vendepatrias a vascos y catalanes por motivos políticos.

En realidad, un componente esencial del proyecto de nuestro Gobierno fue construir un diálogo real con Catalunya, gracias a lo cual se redujo la tensión y hoy día Salvador Illa es el político más votado en Catalunya. Cometimos el error político de creer que con buenas políticas económicas y sociales se consigue el apoyo de la gente. Es una condición  necesaria pero no suficiente.

La batalla más profunda es la batalla cultural, se da en las mentes. Yo diría, invirtiendo la famosa frase “No es la economía, estúpido”: son los valores. Pero los valores que le   importan a la gente son emociones más que intereses. Si no fuera así, los trabajadores siempre votarían a la izquierda. La mayoría de los madrileños votan a Ayuso a pesar de que claramente favorece a los ricos.

¿Está orgulloso de la labor del Gobierno de coalición?

Absolutamente sí, tema por tema, con un inmenso trabajo práctico realizado sin enredarse en ideologías, con alguna excepción.

¿Quiere explicar las excepciones?

No.

¿Cómo ha vivido el momento de reconfiguración de las izquierdas en Sumar? ¿Le ha sorprendido?

No. Porque conozco a Yolanda Díaz y hace tiempo que los dos pensamos que la izquierda a la izquierda del PSOE solo podría sobrevivir con un proyecto de este tipo. Sea cual sea el  resultado tenemos que estarle agradecidos a Yolanda Díaz por su visión, su coraje y su sacrificio personal, sin lo cual ya estaríamos en el basurero de la historia.

¿Ve posible la reedición de un Gobierno de coalición progresista?

Si Sumar y el PSOE suman, y los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos los apoyan, es lo más probable. Pero sería diferente. Sería con más autonomía y más respeto a la vez  entre las partes. Pero para llegar a eso, los ciudadanos tienen que recordar cómo estaban hace cuatro años y ser conscientes de que pueden estar mucho peor en los próximos cuatro si llega la derecha extrema al Gobierno.