Opinión

Podemos vivir mejor… y con menos recursos

Yayo HerreroAntrópologa, ingeniera, profesora y activista ecofeminista española

13 de julio de 2023

Vivimos un momento marcado por una profunda crisis social y ecológica. Los datos de Foessa o el reciente Informe sobre Calidad de Vida en España elaborado por Fuhem  evidencian que crece el número de personas con graves problemas para cubrir sus necesidades de una forma segura. La precariedad es ya estructural.

Sin embargo, de forma mayoritaria, son abordados como si el empobrecimiento fuese una anomalía social que afecta a las personas que no han hecho los méritos suficientes y no el resultado de una forma de organizar la vida en común que sitúa el crecimiento económico —y no la vida digna y decente para todos y todas— como una prioridad.

La crisis ecológica, advertida desde hace decenios, es, como la crisis social, consecuencia de la lógica sacrificial del capitalismo: todo merece ser sacrificado si la contrapartida es que la economía crezca. Caos climático, escasez estructural y/o puntual de bienes finitos, dificultades y conflictos por el acceso al agua, la energía o los minerales,
alteraciones de funciones básicas como la fotosíntesis, el ciclo del agua o la regeneración de suelos vivos… A la vez que se deteriora la trama de la vida que permite que la reproducción de la existencia tal y como la conocemos, se agrava la desprotección social, desigualmente en función de la clase, de la edad, del género, la procedencia o la especie.
Isabelle Stengers denomina a este momento el de la intrusión de Gaia.

Se quiera o no, se nombre o no, ya no va a ser posible pensar el presente y el futuro sin tener en cuenta que el mundo en el que nuestra especie ha habitado durante miles de años ya no existe. Forzosamente, hemos de aprender a habitar la Tierra de otro modo. Asistimos al desmoronamiento de un sistema económico y social basado en una racionalidad desconectada de la naturaleza y sus límites, de los cuerpos y sus necesidades. Una forma de organización que ha perfeccionado las formas de explotar territorios y seres vivos para extraer beneficio económico, exitosa para la acumulación y concentración de poder, pero
fallida para garantizar la vida decente de las personas y comunidades, ya en el presente, y en el futuro. Forzosamente, hemos de aprender a habitar la Tierra de otro modo.

Negar la crisis, mirar hacia otro lado o intentar resolverla desde la lógica del mercado supone dar una patada hacia delante. Hace más veloz la destrucción ecológica, profundiza las fracturas sociales y la explotación de personas y territorios, intensifica el extractivismo y el despojo en los pueblos del Sur Global y endilga el problema a las generaciones más
jóvenes y a las que aún no han nacido. En el contexto capitalista, las crisis ecosociales se encaran callando las voces discrepantes, extremando las medidas autoritarias, recortando de derechos sociales y económicos, presentando la migración como un problema de seguridad y buscando chivos expiatorios en los apuntalar el éxito electoral o justificar el fracaso.

La mejor información de la que se dispone permite señalar que, queramos o no queramos, viviremos globalmente con menos bienes y producciones de la tierra: agua, cosechas, tierra fértil, capacidad de los territorios para producir alimentos, energía, materiales... El decrecimiento, para mí, no es una propuesta política. Es el contexto material en el que se va a desenvolver la vida en común. Se trata de cómo abordar la contracción material de la economía, con qué prioridades y qué correlación de fuerzas. Y en ese cómo nada está
escrito ni determinado.

Muchas personas ya sufren individualmente la contracción material en sus vidas cotidianas. El mercado aplica su cartilla de racionamiento. Cuando es el mercado el que raciona, comes, te calientas o te iluminas solo si lo puedes pagar. Solo si tienes dinero, mereces lo que necesitas para vivir. Si tienes dinero, tienes incluso el derecho a despilfarrar lo que
otros y otras necesitan para vivir con suficiencia.

Existen medios y potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto que no rehúya la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con esperanza.

La Transición Ecológica Justa no debe ser un punto más en un programa electoral, sino el contexto y propósito en el que debe enmarcarse toda la política. Debe ser un proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene que comprometerse con la garantía de condiciones dignas de existencia para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

Sus elementos clave son la asunción de la existencia de límites y el necesario ajuste a la realidad material de nuestro planeta, la de reconocer a los humanos y humanas como vulnerables, la necesidad de una redistribución que permita la satisfacción de necesidades para todas las personas en un contexto de contracción material. Son también cruciales la idea de democracia, que pone en el centro el establecimiento de debates y la llegada a acuerdos para conseguir esa transición, la consciencia de urgencia, que llama la atención sobre la dinámica acelerada de la crisis ecosocial y sus consecuencias sobre las vidas existentes, la de contingencia, que tiene en cuenta que la transición se llevará a cabo en un contexto plagado de imprevistos, y la idea de imaginación, que ayuda a proyectar horizontes deseables y esperanzadores.

Hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. En mi opinión, el punto de partida supone realizar un enorme esfuerzo para que un sector significativo de la sociedad entienda que este cambio es claramente a mejor para una buena parte de la sociedad, aunque es verdad que algunos sectores privilegiados tendrían que aprender a vivir de una forma más sencilla.

Este proceso no puede hacerse de arriba a abajo sin correr el riesgo de caer en dinámicas autoritarias, generar una respuesta social de oposición o caer en la irrelevancia de las soluciones. Requiere un abordaje integral y una proyección que maneje el corto, medio y largo plazo. Una transición energética o de la movilidad, al margen de la transición del resto de los extractivismos o de la garantía de las condiciones de vida de todas las personas, no es justa.

La puesta en marcha de un proyecto centrado en la construcción de una sociedad de la suficiencia, igualitaria y democrática, en la que las personas estén y se sientan a salvo,  puede ser estimulante y motivadora.

La Transición Ecosocial Justa es una reivindicación del buen vivir y de la alegría, de la cooperación y del apoyo mutuo, del freno a la explotación y al abuso capitalistas, del sentido de pertenencia a la comunidad y a la tierra de la que dependemos colectivamente.

Es un compromiso con la construcción de una sociedad que no abandona ni deja solas a quienes más lo necesitan. Una sociedad que se preocupa por abonar el futuro que merecen nuestra juventud e infancia. Una sociedad capaz de comprometerse también con sus ríos, sus bosques, sus animales y sus montañas; con los territorios y la vida que albergan, que han hecho posible que seamos, y que tendrán que durar para que quienes vengan detrás puedan tener opciones para ser. Una sociedad capaz de defender la
democracia y de profundizarla, y de abolir la violencia y la dominación en todas sus formas. Una sociedad capaz de proporcionar modos de vida mejores y más seguros para la mayor parte de la gente.

El camino es complejo, pero es el que hemos de recorrer para que todos y todas podamos aspirar a vivir bien. El retraso se paga en vidas, cuanto antes empecemos, mejor.