Opinión
Razones para votar
13 de julio de 2023
Permítame el lector abrir estas líneas con una referencia personal. Hay quien me pregunta, bien es verdad que cada vez menos, por qué me estoy implicando con tanta profusión e intensidad en esta campaña, en defensa del Partido Socialista, de su líder y del Gobierno de coalición.
El punto de arranque de un sentimiento, que se puede calificar de indignación, tiene mucho que ver con la banalización de la violencia terrorista que escuchamos en boca de algunas figuras de la derecha durante la anterior campaña electoral. Afirmaciones como las de que "ETA está viva" y el uso del calificativo "filoetarras", y otros aún más injustos y despreciables, me revolvieron el estómago.
Más de una década después del abandono definitivo, y para siempre, de la violencia —porque ETA era eso, acción violenta y causación de víctimas—, un abandono sin contraprestaciones, me he sentido interpelado, como el presidente que fui del Gobierno bajo el que aquél se produjo, a denunciar la injusticia y grave insensatez que anidan en tales palabras y en la actitud que muestran. Es triste llegar a esta conclusión: se utilizó políticamente el terrorismo cuando existía y se vuelve a utilizar después de haber desaparecido.
No obstante, mi motivación principal para emprender la tarea de estos días es la de contribuir a desvelar y combatir la mala praxis democrática consistente en desacreditar la acción de un Gobierno por la vía de la descalificación de quien la lidera, una descalificación rigurosamente personal, ad hominem, insidiosa amalgama de análisis sicológicos de baratillo y juicios morales de intenciones.
Y por más que esta estrategia evidencie en realidad una clara debilidad política, pues se acude a ella ante la incapacidad de articular una verdadera alternativa, me parece que es una muy mala noticia para nuestra democracia.
Ciertamente, teníamos precedentes de ello, pero nunca, creo, se había llegado tan lejos, hasta el punto de categorizarse sin pudor por sus mentores y difusores: el (anti) sanchismo,
la descalificación personal como (única) propuesta política.
Por último, aunque no menos importante, si tiene verdadero sentido salir en defensa de este Gobierno y de quien lo preside es porque su balance de legislatura es muy positivo. Lo sería en condiciones normales, pero lo es aún más si no nos olvidamos de las que ha tenido que superar. Sí, la primera experiencia de un Gobierno de coalición nacional, de un Gobierno de coalición progresista, se salda, en mi opinión, con un balance excelente, en las principales áreas de la acción pública. Y, por eso, me siento orgulloso al defenderlo.
Pero vamos con lo importante ahora, con las razones para el voto el próximo 23 de julio. Una primera consideración general. Si la dialéctica avance/retroceso es una aproximación
intuitiva habitual, casi rutinaria, para describir la disputa entre izquierda y derecha, entre progresistas y conservadores, adquiere esta vez una dimensión desconocida en todo el período democrático, una dimensión verdaderamente estructural, apremiante, más decisiva que nunca para la ciudadanía, para nuestro país.
Porque si bien hasta ahora la derecha, no habiendo abanderado ninguna de las más importantes conquistas cívicas o sociales, sí se cuidó, cuando gobernó, de no atentar contra ellas para no enfrentarse a la mayoría social que las había hecho suyas (con la excepción de la segunda legislatura del presidente Aznar, que desdeñó el sentimiento pacifista de la sociedad española cuando comprometió nuestra presencia en la guerra de Irak), en este momento, de producirse su victoria electoral, eso ya no ocurriría, los retrocesos en cuestiones muy relevantes para los derechos y los pilares de la convivencia resultan lamentablemente verosímiles.
Porque hay más que indicios en esta dirección: el contenido de algunos de los pactos suscritos para acceder al poder en ayuntamientos y comunidades autónomas, el perfil de algunas de las personas elegidas para asumir cargos institucionales, algunas de las propias propuestas de los programas con que las derechas se presentan en estas elecciones generales, las declaraciones de su candidato a presidir el Gobierno, que prefiere, quién no, gobernar solo, pero que asume expresamente la posibilidad de hacerlo junto a la otra fuerza…
Es decir, no hay ninguna duda de que este PP no es precisamente la CDU alemana, de que, cualquiera que fuese la fórmula final de articular su relación, un cierto nivel de contagio, de ósmosis, con la extrema derecha, en su versión más extrema, por cierto, se puede dar por seguro, de hecho, ya se ha producido. No es el cuento de que viene el lobo, es que el lobo está aquí. Basta con leer el programa político con el que comparece Vox para comprobarlo.
Por otra parte, la posición de las fuerzas progresistas no se plantea, no puede plantearse, a la defensiva, no se trata de defender lo alcanzado frente al riesgo de perderlo, se trata de seguir avanzando, se trata de defenderlo, sí, pero con nuevos avances.
Pues bien, a mi juicio, la disputa se libra, al menos, sobre las siguientes cuatro cuestiones determinantes para nuestra convivencia.
1. La igualdad
La igualdad que empieza con las palabras, porque en ellas es donde primero se refleja la actitud frente a la discriminación. Parece mentira que haya que aclarar hoy que la igualdad de género proclama la necesidad de combatir la discriminación sufrida por las mujeres, la historia interminable de la discriminación de las mujeres. Parece mentira que haya que aclarar hoy que la violencia de género es la violencia ejercida sobre las mujeres como expresión de dominación, con un reflejo estadístico tan abrumador como lacerante, con más de 1.200 mujeres asesinadas en nuestro país desde que hay registros.
Y, sin embargo, se está en el menudeo, miserable —no se me ocurre otro modo de cosificarlo —, de las palabras. Y se está en la supresión de los órganos de la igualdad, en ayuntamientos y en comunidades autónomas. Se está en eso, quién lo hubiera imaginado, veinte años después de que se aprobara la Ley integral contra la violencia de género.
Y las palabras y los órganos de la igualdad importan porque contribuyen a crear el clima social en el que se disfrutan los derechos. Porque los derechos de la igualdad, y de la diversidad, dependen, claro está, de su protección jurídica, y esta también se va a debilitar (se propone, por ejemplo, modificar la ley trans), pero asimismo de un clima social inspirado en la tolerancia y en el respeto, de un clima para la libertad.
Y es muy de temer que la devaluación de las palabras y de los órganos, y el envalentonamiento de los promotores de esa devaluación desde los cargos públicos, en los ámbitos municipal y autonómico, erosionen ese clima, esto es, que vuelvan —nunca se fueron del todo — las miradas recriminadoras, las presiones, la intimidación en las calles… El Gobierno de España debe ser, más que nunca, entonces, un valladar en defensa de la igualdad de género y de la diversidad, de la dignidad de todos.
Igualdad evoca igualdad, la lucha contra la discriminación de género evoca la lucha contra las demás discriminaciones. Incluida la discriminación por pobreza, una categoría que se abre paso en el contexto de una desigualdad económica creciente, y que el Gobierno de coalición ha afrontado con nuevas prestaciones sociales, con destino a los sectores
sociales más desfavorecidos, y también con nuevas figuras impositivas.
¿Qué se ofrece desde el otro lado? De nuevo, desandar el camino, ir en la dirección opuesta, con bajadas de impuestos más o menos ‘radicales’ que solo pueden comportar una protección social igualmente a la baja. Frente al Gobierno que, en mi opinión y dadas las circunstancias, mejor política social ha hecho en la democracia, un programa de desigualdad en un país que es todavía muy desigual.
2. El diálogo para la cohesión territorial
España solo se puede gobernar con plena conciencia de su diversidad. Pensemos solo en el pasado reciente y en el esfuerzo que ha hecho Pedro Sánchez para favorecer la convivencia en Cataluña, un empeño valiente y tenaz cuyos resultados están a la vista.
Frente a ello, se balbucea con temor al pronunciar siquiera la palabra diálogo y se esgrime de nuevo el Código Penal como única receta, al tiempo que el posible socio propone nada menos que una suerte de desnaturalización integral del Estado de las autonomías. Es decir, toda una plataforma para el regreso a la confrontación.
3. La lucha contra el cambio climático
Si hace solo unos años pensábamos que la responsabilidad medioambiental la teníamos contraída con las siguientes generaciones, hoy asumirla en toda su magnitud es un imperativo urgente del presente, tanto que lo percibimos cada día que pasa, hasta el punto de ver cómo empieza a estar en cuestión nuestro modo de vida. Es un hecho notorio, reconocido aquí y fuera de aquí, que España ocupa posiciones de liderazgo en la lucha contra el cambio climático, en sus diversas expresiones, como el desarrollo de las energías
renovables. El presidente Sánchez tuvo el acierto de configurarla como una opción estratégica, y orgánica (al dotarla de una Vicepresidencia), de su Gobierno.
Una parte importante de nuestro sector productivo, tal vez la más dinámica, y con una gran capacidad de crear nuevos empleos cualificados, está plenamente comprometida con ella. ¿Qué cabría esperar en este tema trascendental de las derechas? Algo aún peor que una ralentización, que ya ni nos podríamos permitir: se ignora como prioridad, cuando no se cuestiona expresamente por oponerse al crecimiento económico (!) y reputarse poco menos que una obsesión de la izquierda, esto es, una gigantesca irresponsabilidad, un cuestionamiento de la ciencia y de la razón, del sentido común, una estupidez que sería muy dañina para todos.
4. Europa
El designio histórico de nuestra democracia, inseparable de ella desde su fundación, por primera vez en claro peligro, en el momento menos adecuado para nosotros y para la propia Unión. Esta UE, que aprendió las lecciones de la errónea reacción a la crisis financiera, que ha velado por una respuesta en verdad unitaria y de apoyo a la cohesión en los países europeos tras la pandemia y la guerra en Ucrania, el más avanzado proyecto civilizatorio que ha conocido la humanidad, por primera vez en riesgo de ser lastrada desde España, una de las sociedades que más se ha beneficiado de pertenecer a ella.
Frente a un Gobierno, el de Pedro Sánchez, que ha logrado el círculo virtuoso de influir en las autoridades comunitarias, reforzando el proyecto europeo, en la dirección más beneficiosa para nosotros, para todos, una de las derechas proclama inequívocamente su voluntad de unirse a las otras fuerzas de la extrema derecha europea para renacionalizarlo y sacarlo del carril de la historia del progreso. Frente al círculo virtuoso, el vicioso: debilitar a Europa debilitando a España.
Por todo ello, estoy convencido de que la mayoría social está tomando conciencia de lo que hay en juego el 23 de julio, de la necesidad de defender el país que queremos, de seguir avanzando. Vamos a empeñarnos como nunca en ello. ◼