La izquierda ante una nueva época
“Tenemos un gran problema conceptual en nuestro espacio político y es que nos sentimos cómodos siendo la izquierda del PSOE”. Manolo Monereo apura la cerveza en la cafetería del Hotel Praga de Madrid, en la carabanchelera calle de Antonio López, y pierde la mirada en el horizonte, como buscando la palabra exacta, un recuerdo concreto. “Esto me lo han dicho compañeros de otros países, camaradas europeos que quedan sorprendidos cuando actuamos como la izquierda del PSOE e incluso nos nombramos así, en lugar de intentar tener una personalidad política propia”, prosigue.
Monereo, un clásico de la izquierda española (de gran relevancia política y teórica en el PCE, IU y Podemos, pero también fuera de España), se mantuvo muy próximo a Julio Anguita hasta su muerte, en mayo de 2020. La claridad de las ideas de este último, que fue secretario general del PCE y coordinador federal de IU, así como la contundencia con la que las defendía, le llevó a ser admirado por sus apariciones televisivas y parlamentarias siendo todavía político en activo, pero también muchos años después. Hasta hoy.
Viajamos a un fin de semana de septiembre de 1996. La Casa de Campo, un hervidero. Miles de personas se dan cita en el enorme parque madrileño con motivo de la fiesta anual del PCE. Aquel año actuaban Los Rebeldes, Los Rodríguez, Caco Senante, Manolo Tena, Nacho Campillo y Juan Perro. La paridad no había llegado a los carteles de los festivales de música, ni siquiera al del PCE. El sábado, a las 20:30 h, era el momento del mitin central, hablaba Anguita. Y el discurso de aquel año sería recordado por la militancia mucho después.
Una simbólica ruptura democrática: “Libre de consensos
“Si la degradación democrática continúa”, advertía Anguita desde el escenario, el PCE abandonaría “el consenso constitucional”. José María Aznar había llegado a la Moncloa meses atrás tras 14 años de gobiernos del socialista Felipe González. El PCE había aceptado, en la Transición, postergar tres preceptos principales para los comunistas: república, Estado federal y derecho a la autodeterminación de los pueblos. A cambio, el Estado debía cumplir con los derechos sociales que reconocía la Constitución: derecho al trabajo, al pleno empleo, sanidad pública, defensa del medio ambiente, derecho a la vivienda, pensiones adecuadas... Como estos últimos no se garantizaban, Anguita y el PCE protagonizaron aquella simbólica ruptura democrática con el “Régimen del 78”. El PCE quedaba “libre de consensos”.
“Dos orillas” había, para Anguita, en la política española. IU (con el PCE dentro) estaba sola en un lado del río, al otro estaban PP y PSOE, y también CiU y PNV, que actuaban como soportes de gobiernos de uno u otro signo. Gobiernos que no destapaban la corrupción sistémica, ni abrían el melón del terrorismo de Estado, ni cuestionaban el dominio que ejercían quienes no se presentaban a las elecciones, es decir, el poder económico heredado de la dictadura… Ni el PSOE, según el político andaluz, podía ser oposición del PP, ni viceversa, pues formaban parte del mismo bando. A Anguita le sucedería en el liderazgo de IU Gaspar Llamazares, llevando a la organización a una política más cercana, amable y a veces compartido con el PSOE. IU tocó suelo, tan solo dos diputados en el Congreso. Y es que la izquierda española siempre se define a sí misma, en gran medida, en su relación con Partido Socialista. Más combativa a veces, ora más dialogante. Hoy, un nuevo ciclo para este espacio político comienza, precisamente tras una intensa experiencia compartida con el PSOE: un Gobierno de coalición durante más de tres años.
Elecciones que marcarán una era
Los comicios generales de este verano marcarán este nuevo capítulo para las izquierdas. Si las opciones progresistas dan la vuelta a las encuestas y revalidan el Gobierno, la colaboración entre PSOE y Sumar será más estrecha todavía que la de esta última legislatura de Unidas Podemos. Si, por el contrario, las izquierdas pasan a la oposición, como muestran la mayoría de las predicciones demoscópicas, el horizonte se vuelve confuso.
Un PSOE en crisis por perder el Gobierno tiende a abrirse en canal, remodelar su equipo dirigente y sus planteamientos políticos. Estas crisis suelen generar heridas internas profundas en el partido. Su resolución acaba siendo sorprendente y supera las quinielas: así fueron las victorias de José Luis Rodríguez Zapatero frente a José Bono o de Pedro Sánchez frente a Eduardo Madina o Susana Díaz. El PSOE, si pierde, mirará al medio plazo, acostumbrado, como partido centenario que es, a afrontar travesías en el desierto.
La incógnita sobre el futuro de un novísimo Sumar derrotado en lasurnas es enorme. Los resultados del 23J serán determinantes para saber si Yolanda Díaz cohesiona a las numerosas organizaciones que ha reunido en la coalición electoral o no. Así como hasta qué punto la herida sin cerrar con el núcleo dirigente de Podemos puede suponer la implosión del espacio político. Las diferencias personales en los cuadros dirigentes crean diferencias políticas en la militancia. Calculadora enmmano, será más fácil predecir desde dónde sopla el viento.
Estas elecciones tienen todos los ingredientes de un cambio de ciclo político. Primero, para el país, sobre todo si la ultraderecha vuelve a sentarse en el Consejo de ministros 45 años después, esta vez elegida democráticamente por la ciudadanía y no como herencia de un sanguinario golpe de Estado. Pero también suponen un cambio de ciclo particular para las izquierdas. El fin de un capítulo que se inició en 2015. La espectacular y sorprendente irrupción de Podemos, muy condicionada por la brillantez política de Pablo Iglesias, ya llegó a las generales de diciembre de 2015 lastrada por maniobras mediáticas y judiciales para frenarla. Los sondeos profetizaban un sorpasso al PSOE.
Podemos e Iglesias osaron mirar a la cara al PSOE, como hiciera Anguita 20 años atrás, y casi le adelantan en las elecciones. Volvían “las dos orillas”, a un lado Podemos, al otro, todo lo demás. Aquel diciembre de 2015, Podemos e IU se presentaron por separado y lograron cientos de miles de votos más que el PSOE, pero la división les penalizó en escaños.
En la repetición electoral de 2016, cuando ya concurrían en la coalición Unidas Podemos, el efecto desgaste de la campaña por tierra, mar y aire contra la formación de Iglesias hizo mella. Aun así, la coalición de izquierdas se quedó tan solo 1,5% de apoyos por debajo de los socialistas. Desde entonces, el propio Iglesias adaptaría su estrategia, tendría que entenderse con el PSOE, lo que costaría más de tres años y dos convocatorias electorales (incluida la repetición por la falta de voluntad de Sánchez de incluir a UP en el Gobierno pese a que daban los números). El 12 de noviembre de 2019, Sánchez e Iglesias se fundieron, por fin, en un icónico abrazo
Nueva dirección de Estado
El 5 de diciembre de 2019, la sala Ernest Lluch del Congreso estaba rebosar. Iglesias, que días después sería nombrado vicepresidente del Gobierno, participaba en una tertulia con el periodista Enric Juliana con motivo del primer aniversario del libro que escribieron conjuntamente, Nudo España. El entonces secretario general de Podemos se refirió a la necesidad de generar “una nueva dirección de Estado”, un concepto que guiaría buena parte de su actividad y teoría políticas. Para Iglesias, es necesario un entendimiento y una responsabilidad compartida del PSOE y el espacio de la izquierda estatal alternativa con ERC, PNV y EH Bildu, quienes deben asumir también responsabilidades en la gobernabilidad del Estado. Algo parecido a lo sucedido esta última legislatura de Gobierno de coalición, donde la acción de gobierno ha sido apoyada por la mayoría progresista y
plurinacional que se daba en el Congreso.
Las izquierdas españolas siempre se han construido, en gran medida, por su relación con el PSOE. Sin embargo, no es menos importante para su identidad la relación que han tenido con la cuestión de la plurinacionalidad y las izquierdas soberanistas catalanas, vascas y gallegas. Sumar nace con la inclusión en su seno de diferentes fuerzas políticas con horizontes nacionales muy diversos (Més, Compromís, Chunta…), queda por ver cómo construirán sus relaciones con los independentismos de izquierdas; unas relaciones que quedaron muy deterioradas por el voto en contra de estos a la reforma laboral, la medida estrella de Yolanda Díaz esta legislatura.
Si el resultado del 23J permite la reedición de un Gobierno progresista, este necesitará entenderse con los soberanismos de izquierdas y, para ello, profundizar en una solución a la atávica cuestión territorial que dé salida a la riqueza plurinacional del Estado. Si, por el contrario, el próximo Ejecutivo es de derechas y ultraderechas, la necesidad de entendimiento será mayor todavía para hacer frente a un periodo de previsible involución democrática. Un bloque histórico está llamado a constituirse como contraposición al que ya está consolidado, el del nacionalismo español. Un bloque que recoja los anhelos de Anguita en aquel discurso de 1996: república, federalismo y derecho a la autodeterminación. De “las dos orillas”, a los dos bloques.
Una izquierda roja y verde
El 2 de abril, Yolanda Díaz anunciaba en Magariños, en Madrid, su candidatura a ser presidenta del Gobierno, lo que suponía el verdadero arranque de Sumar. A aquel acto no acudió Podemos, pero sí un amplio espectro del resto de las izquierdas del Estado. También asistieron Mélanie Vogel, líder del Partido Verde Europeo, y Walter Baier, presidente del Partido de la Izquierda Europea. La izquierda europea no pasa por el mejor momento. Tampoco la socialdemocracia. Es por ello que Díaz se resiste a tener que elegir entre los dos modelos de cierto éxito que conviven en la Europa progresista: el izquierdismo de Jean-Luc Mélenchon en Francia o los partidos verdes de Alemania y el norte. En palabras de la propia vicepresidenta: “Tenemos que sumar también en Europa”. Es decir, generar amplias alianzas que aglutinen pensamientos y proyectos políticos progresistas frente una derecha y ultraderecha en auge. Extensos acuerdos que apelen al ecologismo, al feminismo, al laborismo, a las izquierdas más tradicionales y a las más innovadoras, a los movimientos sociales…
Al fin y al cabo, Sumar (o como acabe llamándose la nave nodriza de las izquierdas) tiene el gran reto de llegar a amplios acuerdos y reconstruir y engrandecer un espacio que se tiene que adaptar a los nuevos tiempos. Tendrá que definir cuál ha de ser su papel en la construcción de un nuevo bloque histórico, qué relación tejer con el PSOE y cómo relacionarse con los soberanismos periféricos de las naciones sin Estado. Así como encajar las dos corrientes europeas, la izquierda y la verde. Casi nada. Pero antes de este destino, la próxima parada es el 23J. Unas elecciones que pueden marcarlo todo.