Vista desde un dron del río Jaraua, en la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamiraua en el estado de Amazonas, Brasil, el 28 de junio de 2018.- MAURO PIMENTEL / AFP

El legado de la Amazonia, una alternativa radical contra la crisis climática

Luna GámezRío de Janeiro (Brasil)

La Amazonia es una selva antropogénica, moldeada por las poblaciones originarias en una relación de reciprocidad desde mucho antes de que los colonizadores llegasen, según demuestran la arqueología y la antropología. La cosmología indígena se relaciona con la selva como un sujeto vivo en sí mismo y no como un objeto de exploración al servicio de los humanos. El modelo desarrollista occidental de destrucción de la Amazonia no solo afecta a una de las mayores reservas de biodiversidad del planeta, sino que amenaza directamente la vida de los pueblos indígenas e indirectamente de toda la población planetaria debido a la contribución al cambio climático. 

"Tierra sin hombres para hombres sin tierra", fue el eslogan de la dictadura militar brasileña (1964-1985) para llevar a cabo el Plan de Integración Nacional y fomentar la migración de nuevos colonos de diversas partes de Brasil que ocupasen la Amazonia y explotasen sus recursos. A pesar de que la colonización europea había brutalmente acabado con una gran parte de los cinco millones de indígenas que había en la cuenca amazónica, todavía sobrevivían representantes de los pueblos originarios cuando los militares entraron. El gobierno militar comenzó a talar la selva, construir carreteras, tendidos eléctricos y emprendió la asfixia de los ríos amazónicos con sus incipientes proyectos de hidroeléctricas que hasta el día de hoy colapsan las venas de la mayor selva tropical del mundo. "¿Cómo crees que hicimos 800 km de carreteras? ¿Pidiendo permiso? Usamos la misma táctica de los portugueses, que no pidieron permiso a los españoles para cruzar la línea del Tratado de Tordesillas", declaró el excomandante Carlos Aloysio Weber en una entrevista en 1971. Bajo esta misma lógica, el gobierno militar acabó con más de 8.300 indígenas.

Los Waimiri-Atroari fueron uno de los pueblos más afectados por la expoliación territorial y prácticas genocidas como envenenamientos y bombardeos; perdieron más de 2.000 integrantes y casi se extinguieron. Aunque permanecen en su territorio, continúan amenazados hasta el día de hoy por el proyecto de construcción de la línea de transmisión de energía Tucuruí. Los Tapayuna también perdieron un millar de integrantes cuando invasores les ofrecieron carne envenenada. Perdieron su territorio y los únicos 41 supervivientes fueron desplazados y hoy suman poco más de un centenar. En diferentes grados, casi todos los pueblos originarios sufrieron las consecuencias del proyecto desarrollista y de ciertas epidemias ya superadas, y algunos de ellos se aislaron voluntariamente hasta hoy para protegerse de las amenazas. "Hemos intentado alejarnos de lo que transforma nuestras vidas, de lo que puede matarnos", afirma Thelma Taurepang, representante del pueblo Taurepang (estado de Roraima), que cada vez está más acorralado por la industria agropecuaria. Durante la dictadura, el territorio Taurepang fue atravesado por la construcción de la carretera BR-174 y recientemente volvió a ser cortado por el tendido eléctrico de Guri instalado en 2001.

Hombres waiapi bailan y tocan la flauta durante la fiesta de la Anaconda en la reserva indígena Waiapi en el estado de Amapa en Brasil el 14 de octubre de 2017.- APU GOMES / AFP

"Nosotros protegemos la biodiversidad, que es nuestro alimento. Cuidamos la selva, que es nuestra casa. Pero si nos quitan la tierra, nos quitan la vida", añade Thelma. Otras poblaciones rurales de Brasil también sufren las consecuencias del conflicto por el acaparamiento de tierras y la instalación de grandes proyectos de infraestructuras. Daniel Schlindwein está entre las más de 200 familias que perdieron sus tierras para la construcción de la hidroeléctrica de Sinop, en Mato Grosso, sudeste de la Amazonia. A sus 60 años, es la tercera vez que este agricultor es expulsado de su territorio, de su casa: la primera fue cuando en 1975 el gobierno militar construyó el Parque Nacional Iguazú; la segunda fue pocos años después, finales de los setenta, cuando ya instalado con su familia en una nueva tierra comenzó la construcción de la hidroeléctrica de Itaipú binacional, la que más energía eléctrica genera en el mundo.

Este proyecto desarrollista continuó avanzando a pasos agigantados en las últimas décadas. Parecía no temer a Curupira, guardián de la selva amazónica que castiga a quien destruye indiscriminadamente la naturaleza, según la mitología de las poblaciones indígenas. Pero el cambio climático llegó.

Amazonia antropogénica, un modelo de conservación con reciprocidad entre humanos y no humanos

"El cambio climático es el fenómeno que muestra el fracaso del hombre occidental para ocupar este planeta", declara Patrick Pardini, documentalista, ensayista y fotógrafo que estudia el concepto de Amazonia antrópica y trabaja en el Museo de la Universidad Federal de Pará (Belén, Brasil). Para Pardini, el modo occidental de relacionarse con la selva, de forma "violenta, autoritaria, arrogante, colonialista, capitalista y dominadora", se traduce en una visión de una Amazonia antropizada, de la selva sometida por la especie humana y convertida en madera, celulosa, carbón, minas, monocultivos y pastos para ganado. La contrapartida radical de este modelo es la Amazonia antropogénica: un sistema moldeado a lo largo de milenios por los pueblos indígenas que crearon una "cultura de la selva", donde se estableció una relación de reciprocidad entre humanos y no humanos; "una selva-jardín" que nunca dejó de ser selva y donde cada planta o animal eran tratados como sujetos en lugar de objetos.

Según demuestran arqueólogos como Marcos Magalhães, del Museo Paraense Emílio Goeldi en Belén, la Amazonia que encontraron los colonizadores del siglo XVI ya era resultado de la interacción milenaria de los indígenas con la selva. En su historia precolonial, las poblaciones originarias modificaron sutilmente los ecosistemas amazónicos, aumentaron la biodiversidad con la multiplicación de especies útiles para su supervivencia y crearon islas concentradas de recursos para las generaciones presentes y futuras. De esta forma, la influencia humana construyó otra Amazonia, la Amazonia antropogénica, donde cultura y naturaleza son indisociables, y donde la selva consigue multiplicarse como "vegetación primaria" aunque muchas de sus especies sean el resultado de la selección cultural.

"Esta experiencia en la Amazonia y la sabiduría indígena es un tesoro nativo que Brasil tiene para ofrecer al mundo, una alternativa radical contra el cambio climático", declara Pardini, que destaca la necesidad de establecer una relación ética con la selva, aprender del principio de alteridad indígena, que reconoce como sujetos a los animales, plantas y ríos, para conservar la Amazonia.

Vista aérea de la ciudad de Varzea, ciudad ubicada en la región metropolitana de Manaus, estado de Amazonas, Brasil, el 16 de mayo de 2021.- MICHAEL DANTAS / AFP

Sabanización de la frontera amazónica

Como resultado de las actividades humanas predatorias, la enorme selva amazónica -que tiene una extensión próxima a la de Europa- comienza a tocar el punto de no retorno (tipping point), es decir, una alteración climática irreversible. Esto implica un desafío de supervivencia para las poblaciones locales, una pérdida irreparable de biodiversidad y alteraciones climáticas a nivel mundial. Brasil, el país con más recursos de agua dulce del mundo, está en alerta de emergencia hídrica debido a la mayor sequía de los últimos 90 años. La falta de precipitaciones es una consecuencia de los incendios y de la deforestación en la Amazonia, así como de fenómenos naturales como La Niña. Esta alteración también afecta a otros países del cono sur latinoamericano que dependen de las lluvias procedentes del agua evaporada de la selva y transportada en forma de nubes por los llamados 'ríos voladores'.

"La Amazonia tiene una función esencial de regulación climática mundial, es uno de los principales sumideros de carbono si se conserva la vegetación", explica Suely Araújo, especialista senior en políticas públicas del Observatorio del Clima (OC) de Brasil y anteriormente presidenta del Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama). Araújo, que también trabajó durante tres décadas como relatora de legislación medioambiental de la Cámara de los Diputados, explica con tristeza cómo el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, está desmantelando toda la política ambiental brasileña: "Las actividades extractivas que destruyen la selva se han intensificado considerablemente durante el gobierno Bolsonaro, que defiende un modelo de desarrollo basado en la destrucción", afirma.

Como resultado de los incendios, de la deforestación y de los cambios climáticos, la Amazonia panamericana en su conjunto ahora emite más carbono del que absorbe, según demuestra el estudio Amazonia as a carbon source linked to deforestation and climate change (La Amazonia como fuente de carbono vinculada a la deforestación y el cambio climático) realizado por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil junto con varias universidades e instituciones de investigación extranjeras entre 2010 y 2018, y publicado en la revista Nature el 14 de julio de este 2021. Esto se debe a que las áreas con más de un 30% de vegetación degradada de la Amazonia brasileña, situadas en la frontera este de la selva (conocida también como arco de la deforestación), ya dejaron de ejercer su función de sumidero, multiplicaron por diez las emisiones de gases de efecto invernadero y el balance de carbono ha pasado a ser negativo.

Pero el alarmismo no para aquí, ya que estas áreas fronterizas degradadas ya han alcanzado el punto de no retorno: los márgenes de la mayor floresta tropical del mundo se están sabanizando, convirtiéndose en llanuras con escasa vegetación. Las temperaturas están aumentando y la estación seca —que normalmente va de agosto a octubre— es cada vez más prolongada.

Pueblos indígenas, víctimas y guerreros del cambio climático

"Podemos decir que toda nuestra vida se ha modificado como resultado del cambio climático. Es muy difícil planear los ciclos de caza o de cosecha porque ya no sabemos cuándo va a llover o cuándo va a hacer calor. Las lluvias deberían haber parado en junio, estamos en agosto y en algunas zonas continúa lloviendo", afirma Thelma. Esta indígena relata cómo la Tierra Indígena Araça (estado de Roraima), donde ella vive, está siendo cercada por monocultivos de soja y otras especies, como las acacias, un árbol que crece rápido para la venta de madera. Además del alto consumo de agua y uso de pesticidas, el monocultivo de acacias provocó hace cinco años la destrucción del hábitat de varios insectos y la llegada de una invasión de abejas en el territorio indígena. Asimismo, su alimentación, rituales y artesanía están cambiando porque ciertas especies de peces y de semillas están desapareciendo, según explica Thelma desde el campamento de movilización indígena ¡Lucha por la Vida! en Brasilia. Esta concentración, que tuvo lugar entre el 22 y el 28 de agosto, reunió a más de 6.000 indígenas de 173 etnias diferentes para exigir el derecho a la vida y la demarcación de sus territorios.

Bolsonaro es el único presidente desde la redemocratización de Brasil que no ha reconocido ninguna tierra indígena, cumpliendo las promesas que hizo durante su campaña electoral. Asimismo, viene arremetiendo contra todos los derechos indígenas reconocidos por la Constitución de 1988, bloqueando el acceso a sus territorios ancestrales e intentando legalizar la minería en áreas indígenas, entre otras amenazas. Esta política implica un riesgo para todo el planeta puesto que son las tierras indígenas y las áreas de preservación ambiental donde se observan las menores tasas de emisiones de gases de efecto invernadero, según demuestra un estudio liderado por el científico Carlos Nobre y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

Vista aérea tomada el 22 de febrero de 2019 del campamento de mineros ilegales de oro "Mega 12", ubicado en la selva amazónica de la región de Madre de Dios, en el sureste de Perú.- CRIS BOURONCLE / AFP

Asimismo, una parte de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAS) en territorio brasileño se encuentra en una situación de vulnerabilidad aún mayor. Cuatro normativas administrativas —que protegen territorios con presencia demostrada de estos pueblos para evitar la invasión de madereros, mineros o pistoleros— se acercan a su fecha de caducidad y necesitan ser renovadas urgentemente. Los invasores se están frotando las manos, ya que la primera de estas normativas, que protege la tierra indígena Piripikura, caduca en septiembre de 2021 y, después de eso, podrían entrar a invadir y devastar estas tierras. De hecho, más de 2.000 hectáreas de la tierra Piripikura — equivalente a más de 2.000 campos de fútbol— ya han sido deforestadas ilegalmente en los últimos siete meses, según muestran los últimos datos del Instituto Socioambiental. Estas invasiones son una férrea amenaza para la vida de estos pueblos, aún más si consideramos el riesgo de un posible contacto en el momento de pandemia actual de la covid-19.

Estas poblaciones viven en constante migración, en fuga permanente y en desesperación debido a los traumáticos contactos que tuvieron previamente, según explica Antenor Vaz, investigador especializado en PIAS. "Ellos sienten el más amargo efecto del actual modelo geopolítico de desarrollo", afirma Vaz. Puesto que los PIAS dependen íntegramente de su relación con la naturaleza, la emergencia climática puede ser fatal para ellos. Vaz explica que a partir de la observación de las constelaciones, plantas, frutos y animales, estos indígenas saben cuándo va a llover, qué tipo de caza pueden conseguir o cómo desplazarse por la selva. Para sobrevivir, los PIAS dependen del equilibrio de la Amazonia y la humanidad entera depende de la conservación del planeta para un futuro saludable.