Opinión
'Life during the francoist regime'
23 de diciembre de 2019
En un libro de Historia de 6º de primaria de la escuela pública madrileña, la vida durante el franquismo se resume en los siguientes cuatro puntos: “Represión: miles de personas fueron enviadas a la cárcel por sus ideas políticas; racionamiento: la gente tenía una cartilla para recibir alimentos de primera necesidad; falta de libertad: restricción del acceso a la información, ilegalización de los sindicatos y represión de las protestas; restricción cultural: muchas tradiciones regionales fueron reprimidas”. El libro está en inglés, la lengua en la que se les enseña Historia.
Ni una palabra sobre las fosas comunes, el exilio político, el robo de bebés… ni una palabra sobre cada una de las graves violaciones de derechos humanos durante el franquismo, ni siquiera relacionado con los que se cometieron en la Alemania nazi y que sí se incorporan en la enseñanza de Historia a través de los campos de concentración y exterminio, abordando éstos tanto en su contexto socio-político como en la reconversión en el presente como Sitios de Memoria.
La educación es un instrumento poderoso en favor de la no repetición y la enseñanza de la Historia; como un método de indagación y no como una mera réplica de datos, puede construir ciudadanos con hábitos de análisis y razonamiento crítico, por eso, el derecho a conocer la Historia de su país no puede quedar relegado a la suerte de tener un familiar que le brinde ese contenido, sobre todo, porque la mayoría de españoles y españolas no sabe que durante el franquismo hubo 296 campos de concentración.
Gracias a la apertura de archivos municipales y militares, el periodista Carlos Hernández pudo documentar un total de 296 por los que pasaron entre 700.000 y un millón de españoles y extranjeros que habían venido a luchar contra el fascismo. Este sistema de dominación se puso en marcha en 1937 a través de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros, donde se clasificaba y distribuía a los presos, sin haber sido juzgados o condenados formalmente, a lo largo de los campos de concentración franquistas que había en la Península, Baleares, Canarias, Ceuta, el Protectorado español de Marruecos y el Sáhara.
El primero se abrió el 19 de julio de 1936 en Zeluán (Marruecos) y el último se cerró a finales de los años sesenta en Fuerteventura, por lo que este sistema de sometimiento de los soldados vencidos no sólo duró durante la guerra, sino que fue un medio eficaz de consolidar la dominación después de la posguerra sobre una población atravesada por el miedo. Pero además, este sistema contó con una herramienta de represión a través de la explotación económica y la humillación con la creación de los Batallones de Trabajadores, usando a los prisioneros como mano de obra forzada. Los campos de concentración franquistas y el trabajo forzado son una de las cuestiones más invisibilizadas de la dictadura, quizás porque entroncan directamente con la represión económica y las grandes empresas que usaron mano de obra esclava.
Pero los españoles no sólo sufrieron los campos franquistas: cerca de 10.000 exiliados en Francia tras la victoria de Franco en 1939 fueron deportados a los campos de concentración nazis entre 1940 y 1945. En Mauthausen les pusieron un triángulo azul, el color de los apátridas, y de los 7.532 españoles que entraron, murieron 4.816. De los supervivientes, la mayoría estaban fichados como enemigos de la dictadura franquista y no pudieron volver a España hasta que murió Franco.
Mientras otros españoles fueron deportados a campos como Dachau, Buchenwald, Bergen Belsen o Auschwitz, hubo un campo de concentración específico para mujeres, el campo de Ravensbrück. Todas las españolas que fueron deportadas a este campo a partir de 1944 eran presas políticas por haber formado parte de la Resistencia, siendo inscritas como francesas, lo que dificulta la investigación de identificación que realiza la Asociación Amical de Ravensbrück, agravada además por el uso del apellido del marido en la inscripción de entrada. Aun así, se sabe que fueron deportadas en torno a 170 españolas.
Hoy en día, los 100.000 españoles que estuvieron en campos de concentración del Sur de Francia tienen un monolito en su recuerdo, al igual que en el Memorial de Mauthausen o en el Lugar de recuerdo y conmemoración de Ravensbrück, donde no sólo se les ha dado un lugar en la Historia, sino que estos Sitios de Memoria son concebidos como recurso pedagógico fomentando el análisis: la memoria no es la simple rememoración del horror, sino una transmisión y una escucha atravesada por el presente, un ejercicio político que recupera los valores de quienes nos precedieron en la lucha por la democracia.
Sin Sitios de Memoria que fomenten la participación y con una educación que banaliza la dictadura y oculta sus consecuencias, no sólo se niega el derecho a la Verdad, se impide la construcción de ciudadanos concienciados con la defensa de los derechos humanos. Este es el lenguaje que construye ciudadanía, el que se habla en Alemania, Portugal o Argentina promoviendo la Verdad, la Justicia, la Reparación y las Garantías de no repetición.