Ilustración de la portada para el especial. Foto: Mikel Jaso

Opinión

La cultura, los privilegios y la censura real

Virginia P. AlonsoDirectora de Público

22 de marzo de 2023

"Nunca hemos sido menos libres. Yo viví los 70, aún bajo el franquismo, y fuera de la política, la libertad era absoluta. Ahora vivimos entre montones de inquisiciones. Y este puritanismo espantoso. Nunca he sentido mi libertad personal tan amenazada como en los últimos 10 años. La estupidez es una mala compañera de viaje de la libertad".

Da cierto reparo arrancar un artículo con esta cita. No tanto por lo que expresa en ella el escritor y académico Arturo Pérez Reverte, que también, sino por el contexto en el que se produce su comentario: una entrevista del columnista excretor y misógino elevado al cubo Salvador Sostres en el diario ABC; año del artefacto, 2019 (aunque lo de la corrección política y la estupidez es algo que el novelista ha reiterado en distintas ocasiones). Su afirmación encaja como anillo al dedo para lo que aquí nos traemos entre manos: intentar dar respuesta a la pregunta "¿Ya no se puede decir nada?".

"Fuera de la política, la libertad era absoluta" [en los 70].

Analizar esta frase y concluir la misión con el aparato digestivo intacto puede parecer más sencillo de lo que en realidad es. Para empezar, ¿hay algo que esté "fuera de la política", sobre todo cuando hablamos de libertades? ¿Quiere decir Pérez Reverte que, por ejemplo, las mujeres teníamos "libertad absoluta" siempre y cuando no habláramos de Franco o de partidos políticos? ¿O tal vez se está refiriendo a la libertad, por ejemplo, de las personas LGTBIQ+ en aquellos años (recuerden que hasta 1978 la homosexualidad era un delito)? Por cierto, intuyo que hablar de personas LGTBIQ+ es una de las cuestiones a las que se refiere cuando habla de "puritanismo" y de "estupidez".

Este señor de Murcia —de Cartagena, por ser más precisa, pero lo de Murcia me viene al pelo para recordar el humor aparentemente ingenuo de Miguel Mihura— tenía solo 19 añitos en 1970; 29 en 1980. No parece una edad tan provecta como para afirmar con semejante contundencia que la libertad era absoluta en aquel entonces. Ahora me dirán que los 19 años de antes no eran como los de ahora, que los varones de entonces eran mucho más maduros que los de hoy... Y así debían de entenderlo las autoridades franquistas, porque no permitían a las mujeres casarse antes de los 21 sin autorización paterna; ni abrir una cuenta bancaria si no era conjunta con su marido. Maravillosa libertad la de los setenta. ¡Quién la pillara!

Sí, cuando hablamos de libertades conquistadas y volvemos la mirada a ese tardofranquismo, lo que vemos no es que ahora estemos mejor; es que estamos a una distancia sideral de aquellos años grises, de la España mojigata. Y como toda sociedad que avanza, el ecosistema cultural en cualquiera de sus manifestaciones así lo refleja, natural y afortunadamente.

Sin embargo, de unos años a esta parte hay quienes se sienten interpelados por eso que Pérez Reverte llama "puritanismo" e "inquisiciones" (en esa entrevista) o "neocorrección política" (en otros foros), realidades —o ficciones, según se mire —, que conducen a esa "estupidez" de la que proclaman sentirse víctimas.

Tanto es así que el aberrante anuncio hecho estos días por la editorial de Roald Dahl —y rectificado horas después— de que modificaría los pasajes más crudos del autor para no ofender a los niños es enarbolado de inmediato por las víctimas de esta nueva inquisición como señal inequívoca de lo acertado de su discurso plañidero. ¡Ah, la cultura, su cultura, amenazada de muerte por la corrección política!

Por eso, cuando todo un académico de la RAE dice sin rubor que en los años setenta había más libertad que ahora, a mí, que con la edad me vuelvo malpensada, me da por entrever que semejante afirmación esconde un constructo ideológico que busca poco más que salvaguardar unos privilegios, en este caso asociados sobre todo al género; y que este es el motivo de que tantos varones se identifiquen como víctimas de eso que llaman "cultura de la cancelación" o, incluso, "censura", cuando en la mayoría de las ocasiones el rechazo a su obra se enmarca dentro de la más pura libertad de expresión... y de crítica.

Provocación y confusión deliberada. Manipulación extrema de la realidad para convertirla en otra más favorable al dueño del discurso y a sus intereses. No es muy diferente al trumpismo. Estos son los tiempos en los que vivimos, también en los confines culturales.

Tal vez por eso urge separar el grano de la paja y recordar por dónde viene el recorte real de libertades en España, ese que los sufridores del neopuritanismo no alcanzan a ver ni a denunciar aunque tiene más que ver con la censura y provoca un daño inconmensurable a artistas, a su obra y a la libertad de creación artística. Es el momento de recordar que el rapero Pablo Hasél está en prisión acusado de enaltecimiento del terrorismo por las letras de sus canciones. Y que ese mismo delito, sumado a otros de injurias a la Corona y amenazas también en las letras de sus canciones, sentenció a Valtonyc a más de tres años de cárcel; este abandonó el país en 2018 al conocer la condena y aún no ha regresado.

Las injurias a la Corona y las ofensas a los sentimientos religiosos siguen estando penadas en el Código Penal español de 2023 y el enaltecimiento del terrorismo se ha utilizado en los últimos años para condenar a artistas y a tuiteros.

Si algo queda claro tras la reforma del Código Penal de 2015 es que, en materia de derechos, ninguna conquista será nunca suficiente. Por tanto, que la censura no sea nombrada en vano, que los fuegos de artificio de los egos heridos no desvíen la atención de lo importante.