En Catalunya se desperdician cada año más de 260.000 toneladas de alimentos. Esto significa que cada catalán derrocha 35 kg de comida. En 2020, el pleno del Parlament de Catalunya aprobó la Ley de prevención de las pérdidas y el despilfarro alimentario, una normativa que establece una serie de obligaciones dirigidas a las empresas del sector de la hostelería, la industria y la distribución. La ley también da herramientas para prevenir las pérdidas y aumentar el aprovechamiento de los alimentos.
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Ha pasado de ser un elemento ajeno para la inmensa mayoría de gente a formar parte de nuestro atuendo diario. Se trata de la mascarilla, cuyo uso se ha convertido en habitual con la pandemia y que sigue siendo una de las principales ayudas para frenar los contagios de covid. La pandemia se inició hace dos años y, tras el primer confinamiento, empezamos a poder pasear de nuevo por la calle.
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Cuando estamos a punto de deshacernos de un potencial residuo, conviene parar por un momento y pensar si lo podemos reutilizar. Así podremos darle un nuevo uso a aquel objeto que parecía un buen candidato para ser desechado, pero que aún sigue en condiciones para ser utilizado y evitar la generación de más residuos sin necesidad alguna. El mismo criterio vale para la comida.
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En un gran número de domicilios catalanes, los que mejor saben en qué contenedor debemos tirar el papel de cocina o donde tenemos que depositar las pilas gastadas son los más pequeños. No solo eso. También saben para qué sirve el compostaje o como puede afectar en los océanos lanzar una bolsa de plástico a la basura. Todo ello es gracias a la educación medioambiental que se lleva a cabo en las escuelas de Catalunya desde 1998. Se trata de la distinción de Escola Verda que promueve la Generalitat de Catalunya.
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Cada año se lanzan millones de toneladas de basura en el entorno natural como el mar, las playas o los bosques. A pesar de las campañas de sensibilización promovidas por las administraciones públicas, la producción y el consumo de la sociedad sigue acumulando cantidades de residuos perjudiciales para el medio ambiente.
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Hasta la década de los 60, las compras se hacían con bolsas de papel. Pero esto implicaba una tala de árboles descomunal. Sten Gustaf Thulin (1914-2006) quiso crear un producto accesible y que tuviera menos impacto en el planeta. Este ingeniero sueco fue el inventor de la bolsa de plástico que patentó en 1965 y que tantas veces se ha usado y desechado. Seguramente, Thulin nunca imaginó que su invento provocaría una contaminación tan grave en los océanos.
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La recogida selectiva nos ha enseñado que los residuos que desechamos podrán ser reutilizados para otros fines. Pero no siempre es necesario que lleguen al contenedor adecuado para que sean reaprovechados. Existen iniciativas sociales que, con la colaboración de la Agència de Residus de Catalunya, dan otra oportunidad a aquellos residuos que ya no queremos en casa o que ya no podemos utilizar. Repasaremos tres de ellas que hacen referencia al desperdicio de alimentos, a la reutilización de botellas de vino o a la reducción de plásticos de un solo uso.
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Consumimos recursos naturales como si fueran infinitos. Y no lo son. El actual contexto de problemas de abastecimiento de materias primas y sus elevados precios ponen de manifiesto la necesidad de apostar por un nuevo modelo económico que está cogiendo fuerza: la economía circular. Es aquella que prioriza la reutilización y el reciclaje de los recursos que ya están en circulación con el objetivo de minimizar la extracción de nuevas materias.
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