Opinión
Por un Mediterráneo refugio
6 de enero de 2024
Generalmente, los seres humanos somos bastante egocéntricos a la hora de preocuparnos por aquellos temas que nos rodean e, incluso, interpelan. Tendemos a mostrar un mayor grado de preocupación por aquello que nos es propio o cercano. No sucede así, por desgracia, con el medio ambiente y, mucho menos, con el mar, pese a la dependencia que tenemos de él. Sorprendentemente, se le presta aún menos atención a algunos mares, como el Mediterráneo. Los romanos le llamaron Mare Nostrum ('Mar Nuestro'). Decían que el mar Mediterráneo era "nuestro", pero hoy en día tenemos evidencia suficiente para saber que, en realidad, sucede lo contrario: nosotros "somos" del mar Mediterráneo, ya que dependemos profundamente de él. Sin embargo, y a pesar de ser una de las regiones del océano donde los impactos del cambio global —cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación, etcétera— alcanzan su mayor expresión, le damos la espalda.
Un mar que arde
Las aguas del Mediterráneo han batido récords de temperatura este 2023. Un año que seguramente acabe sobrepasando al ya de por sí preocupante 2022. Mirando a un lugar concreto como las Islas Baleares, disponemos de evidencia científica que demuestra que en agosto de 2022 se registró la temperatura superficial marina promedio más alta del mar Balear desde que hay registros: 29,2 ºC. Y esa es la media, lo que indica que los 30ºC se superaron en numerosas localizaciones, —como es el caso de las aguas de la isla mallorquina de Sa Dragonera—, que alcanzaron los 33,3 ºC, también de récord, lo cual afecta negativamente a sus áreas marinas protegidas. Estas temperaturas tan elevadas se manifiestan también en forma de olas de calor marinas, un fenómeno capaz de desencadenar mortandades masivas de especies marinas en el Mediterráneo y de las cuales el mar balear sufrió cinco en 2022. En 2023 seguimos en la misma línea: hasta el pasado 23 de septiembre, sus aguas habían sufrido 150 días de temperaturas extremas.
Un mar más ácido
El incremento en la concentración de CO2 en la atmósfera tiene consecuencias más allá del aumento de la temperatura. Una de ellas es la acidificación de las aguas marinas, y eso también está ocurriendo en el Mediterráneo. Un estudio reciente ha revelado que la acidificación de sus aguas está originando una disminución significativa en el peso de las conchas de los foraminíferos, un tipo de organismos fitoplanctónicos clave en las redes tróficas de este mar. Estos resultados son especialmente preocupantes, puesto que suponen una advertencia de que la biodiversidad marina, a pesar de sus esfuerzos, en numerosas ocasiones no logra adaptarse a determinados impactos como la acidificación o el calentamiento de las aguas. La concentración de CO2 sigue aumentando y el pH de las aguas del Mediterráneo seguirá bajando y poniendo en riesgo el funcionamiento de sus ecosistemas marinos, desde los foraminíferos hasta otros organismos que dependen de unas redes tróficas complejas pero también sensibles.
Una biodiversidad que languidece
Si algo es y ha sido el Mediterráneo es un mar lleno de vida. Con unas 17.000 especies en sus aguas, cuenta con el mayor número de especies endémicas —que habitan en un solo lugar— a nivel global. Sin embargo, muchas especies han visto mermadas sus poblaciones y otras se han extinguido o están en proceso. Para otras queda esperanza y se ponen esfuerzos en su recuperación, como es el caso de la foca monje. No obstante, las amenazas a la biodiversidad operan a velocidades y magnitudes espaciales variables. No es lo mismo la desaparición de poblaciones o especies por la sobrepesca o la caza indiscriminada que por procesos más lentos y difíciles de controlar con medidas de gestión. Este es el caso de las especies invasoras y su combinación con el cambio climático, que ya ha originado colapsos en la biodiversidad nativa en las aguas mediterráneas. En definitiva, a largo plazo, los eventos extremos de temperatura pueden acabar reemplazando un hábitat estructuralmente complejo por uno con menor diversidad y riqueza de especies.
30x30: Una esperanza para el Mediterráneo
Tenemos un mar en ebullición, que pierde vida, que se acidifica y que, aunque no hemos profundizado en ello, también se eutrofiza, como le ocurre al Mar Menor. A pesar de eso, se sigue contaminando y se sigue pescando de manera ilegal. Este es el contexto. Ahora bien, ¿hay soluciones? La respuesta es sí, y no son pocas: desde gobiernos que se tomen en serio la recuperación del mar Mediterráneo y su vida, hasta científicos y científicas que investigen la mejor manera de recuperarlo u organizaciones ambientales, pequeñas y grandes, que trabajen sin cesar para ello. En el ámbito internacional, ha habido recientemente algunos avances que tienen, o deberían tener, su eco en el Mediterráneo. Uno de ellos es el Marco sobre Biodiversidad Global Kunming-Montreal Global que surge del Convenio sobre la Diversidad Biológica, y que propone, entre otras medidas, la protección del 30% de la superficie del planeta para antes de 2030. Esto se conoce como el objetivo 30x30, y también ha sido apoyado desde el mundo académico. Además, un 10% de ese 30% debe tener una categoría de protección estricta; es decir, en ese 10% no se debe permitir ninguna actividad extractiva o que dañe la biodiversidad. Es lo que se conoce como objetivo 10x30. Estos son los compromisos que ha adquirido la Unión Europea y que ha incluido en su Estrategia de Biodiversidad 2030 (ahora mismo el 12% de las aguas marinas de la UE están protegidas).
Podemos proteger el 30% del Mediterráneo y que un 10% de sus aguas sean refugios marinos con una categoría estricta de protección. Podemos conseguir que el Mediterráneo sea un mar de refugios marinos conectados y así garantizar su pervivencia. No obstante, vamos tarde y el cuello de botella, de manera análoga a la lucha contra el cambio climático (la crisis de biodiversidad y la climática no son indisociables), se encuentra en aquellos que deben tomar las decisiones valientes que requiere nuestro tiempo y necesita "nuestro" mar.
España y la promesa del 25%
En el caso de España, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se comprometió a alcanzar el 25% de la protección de sus aguas tanto atlánticas como mediterráneas antes de 2025 (hoy en día se encuentra en un 12,03%, ligeramente superior al valor promedio de la UE), lo que allana el camino hacia el 30x30. Sin embargo, los problemas surgen a la hora de alcanzar el 10x30, ya que solo un 0,2% de la superficie marina española tiene esa categoría: habría que multiplicar por 50 la superficie con protección estricta para alcanzar el 10% en 2030. En el ámbito español, la organización ambiental Oceana ha propuesto un total de 25 refugios marinos que podrían llegar al 3,1% de las aguas mediterráneas españolas; sumadas a las atlánticas, nos harían llegar al ansiado 10%. Si bajamos al nivel autonómico, los números son igual de bajos para los espacios marinos de protección estricta. Por ejemplo, desde la Fundación Marilles hemos contabilizado que solo el 1,7% de las aguas interiores y el 0,073% de las aguas del mar balear cuentan con una categoría de protección estricta. Para llegar al 10x30 en las aguas de Balears, Marilles propone también la creación de diez santuarios o refugios marinos (un número coincidente con la propuesta de Oceana) en el "Pacte Blau Balear", un acuerdo que ha alcanzando un amplio consenso político en el Parlament balear.