Amal El Ouassif.- FOTO CEDIDA Amal El Ouassif.- FOTO CEDIDA

Amal El Ouassif: “La presión sobre los centros urbanos de las grandes ciudades aumentará para acoger a quienes llegan de las comunidades rurales de los mismos países en busca de trabajo”

La experta en migraciones climáticas Amal El Ouassif explica las causas y consecuencias de la crisis humanitaria vinculada al cambio climático en el Magreb. Pero señala, además, las respuestas necesarias para reducir la gravedad de la crisis.

Irene Baños

"Envié a mi hija pequeña a buscar agua con el vecino, fueron a diferentes pozos en busca de agua. No podía dormir, estaba preocupada por mi hija, porque se quedó hasta muy tarde por la noche". A sus 65 años, la falta de agua obligó al marroquí Lahcen a emigrar de sus montañas en Essaouira a la ciudad de Agadir para poder ofrecer un futuro mejor a sus ocho hijos. Lahcen es uno de los cada vez más numerosos casos de movilidad humana relacionados con los impactos de la crisis climática. Aproximadamente 1.200 millones de personas se encuentran en riesgo de desplazamiento climático a nivel global, según estimaciones de ACNUR.

El cambio climático es un multiplicador de amenazas que afecta desde la seguridad alimentaria hasta la estabilidad política, especialmente en las zonas más vulnerables del planeta, irónicamente las menos responsables de la crisis climática. El Magreb es una de ellas. Los países de la región sufren una grave escasez de agua y, sin embargo, la agricultura es vital para la economía de muchos de ellos. En Marruecos, supuso el 40 % del empleo en 2018.

En el peor de los escenarios, se prevé que el número de desplazamientos forzosos debidos al cambio climático en Argelia, Egipto, Libia, Marruecos y Túnez alcance los 13 millones en 2050. Esto equivaldría al 6% de su población total. Si se implementaran las medidas políticas necesarias para la reducción de emisiones y la adaptación climática, esa cifra podría limitarse a unos 4,5 millones de migrantes climáticos. El margen de actuación es inmenso.

Amal El Ouassif, especialista en relaciones internacionales y migración del Policy Center for the New South, un think tank marroquí con sede en Rabat, es una de las coautoras del informe Cambio climático y migración: Comprender los factores, desarrollar oportunidades en la zona del Sahel, África Occidental y el Magreb, publicado por el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) y la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.

El Magreb siempre se ha caracterizado por una cultura nómada debido a sus condiciones climáticas, ¿qué ha cambiado en los últimos tiempos?

Dada su situación en el norte de África, el Magreb siempre ha sufrido sequías prolongadas. Pero lo que ha cambiado es la frecuencia y la duración debido al cambio climático. En el pasado, era habitual experimentar un año de sequía y luego una temporada de lluvias más generosa. Ahora, los periodos de escasez de agua se prolongan de tres a cuatro años, seguidos de unos meses con un poco de agua. Esta alteración del equilibrio natural ha cambiado la vida de las comunidades, y ha afectado a la disponibilidad de agua y a la agricultura y, por tanto, a la seguridad alimentaria.

Por tanto, ¿qué movimientos migratorios podemos esperar debido a esta nueva realidad?

Sería pretencioso dar una cifra precisa de cuántas personas tendrán que desplazarse, porque las migraciones dependen de diversos factores. Pero lo que sí sabemos es que, en general, la migración climática se caracteriza por movimientos internos. Es decir, las personas intentan primero migrar dentro de sus propios países porque buscan alternativas en sus círculos inmediatos. Según el Banco Mundial, la presión sobre los centros urbanos de las grandes ciudades aumentará para acoger a quienes llegan de las comunidades rurales de los mismos países en busca de trabajo.

Entre las personas más vulnerables al cambio climático y las migraciones se encuentran las mujeres y las niñas. ¿De qué forma se ven afectadas?

La vulnerabilidad de las mujeres tiene múltiples aspectos. Por ejemplo, si se pierden los medios de supervivencia en un hogar debido al cambio climático, se pierde la cohesión familiar en su conjunto. He conocido a parejas recién casadas, con hijos, en las que el hombre tenía que irse a trabajar a Casablanca durante meses. Esto supone una gran presión para la mujer, que tiene que asumir sola la responsabilidad del hogar, criar a sus hijos y, a veces, trabajar en la aldea, ya que el hombre no siempre envía suficiente dinero. Otra cara de esta vulnerabilidad son las mujeres que trabajan en las grandes explotaciones agrícolas de Marruecos. Antes, las condiciones de trabajo eran muy duras, con largas jornadas laborales y salarios bajos. Pero ahora, aunque estén dispuestas a aceptar este tipo de trabajo, no lo encuentran fácilmente. Esto ha abierto la puerta a situaciones de acoso, puesto que los criterios de selección de las mujeres para los trabajos ya no son los mismos que antes.

Si nos centramos en los países del Mediterráneo, ¿en qué medida el cambio climático puede ser una fuente de conflicto entre ellos?

Las tensiones entre países por recursos escasos como el agua y la tierra cultivable no son nuevas. Cuando hay menos recursos disponibles, surgen tensiones por su uso. Esto ya se observa en regiones de Marruecos donde, por ejemplo, hay regulaciones sobre el uso del agua para actividades agrícolas. Es esencial gestionar adecuadamente el uso de los recursos naturales y establecer acuerdos claros sobre este uso. La cooperación regional y la diplomacia son muy necesarias en este proceso. Los países afectados deben colaborar para afrontar los retos comunes que plantea la migración climática.

Y si nos fijamos en Europa, ¿puede la migración climática ser motivo de inestabilidad?

La migración económica por causas climáticas va a plantear grandes retos. Pero como lo que está ocurriendo es principalmente un movimiento interno entre países de la misma zona, no se espera un gran impacto en la estabilidad de Europa. Aun así, es necesaria una colaboración más estrecha entre los países afectados y los que podrían recibir migrantes para abordar la situación de forma conjunta. La cooperación internacional desempeña un papel clave para gestionar los flujos migratorios y evitar posibles tensiones.

Amal Ouassif, en un viaje de trabajo en Senegal en noviembre de 2022.- FRIEDRICH NAUMANN FOUNDATION
Amal Ouassif, en un viaje de trabajo en Senegal en noviembre de 2022.- FRIEDRICH NAUMANN FOUNDATION

Precisamente, dos países estrechamente conectados por los flujos migratorios son Marruecos y España, ¿Cómo puede afectar esta situación a su relación?

Los países europeos deben reforzar sus lazos con los países de origen de las personas migrantes, no sólo con los países de entrada directa, como es el caso de Marruecos. Marruecos ha sido muy claro en esto: no pretende ser el guardián de los países europeos, con el caso específico de España. Si, por ejemplo, se pide a Marruecos que devuelva a personas a sus países, ¿qué pasa con los acuerdos que España tiene con esos países? Hay muchas cuestiones técnicas y humanitarias que deben abordarse con una mentalidad sincera y de ganancia mutua para sendos países.

La movilidad humana es realmente la última opción entre las posibles medidas de adaptación climática. ¿Qué deben hacer los gobiernos para evitar llegar a ese punto?

Sobre todo, aumentar la resiliencia. Como ya he dicho, la escasez de recursos no es nueva, pero ahora ocurre con más frecuencia y la población no tiene los medios para hacer frente a los impactos. Marruecos y el norte de África no son los únicos preocupados por el cambio climático, todos los países mediterráneos lo están. Es un problema global, pero sufrimos más los impactos allí donde no tenemos mecanismos de adaptación y resiliencia ni asistencia pertinente para las poblaciones.

¿Podría darnos un ejemplo de esos mecanismos necesarios de adaptación y resiliencia?

Sí, en la región de Sus-Masa, en el sur de Marruecos, el Gobierno ha puesto en marcha iniciativas para ayudar a los agricultores a adaptarse a las nuevas condiciones. Por ejemplo, los pequeños agricultores pueden acceder a una gran máquina que les suministra agua. Pagan un precio anual asequible y se aseguran el agua necesaria para mantener su actividad. Por supuesto, no significa que puedan alcanzar los niveles de cultivo anteriores a las sequías, pero los agricultores están muy satisfechos. Otra iniciativa en marcha es la desalinización del agua. La región de Sus es pionera en esta práctica que ha permitido a la población utilizar agua para la agricultura, e incluso puede llegar a utilizarse como agua potable. También necesitamos una planificación a largo plazo para que las ciudades puedan acoger el flujo que llegará de los pueblos. Conozco ejemplos de ciudades como Bouskoura, cerca de Casablanca, donde la mayoría de las infraestructuras y medios de transporte son sostenibles. Todo lo que se haga ahora debe estar en consonancia con las directrices de sostenibilidad.

El informe destaca, además, la necesidad de un liderazgo cultural para aumentar la resiliencia de la población. ¿En qué consistiría?

Se trata de aprovechar los conocimientos ancestrales y autóctonos. Hace poco celebramos en Rabat una cumbre mundial sobre migraciones climáticas y académicos del Sur Global mencionaron algo que a menudo olvidamos: aprovechar estos conocimientos en la gestión del agua. En algunas partes de Marruecos, en especial en zonas rurales muy áridas, la gente solía construir depósitos para almacenar el agua y utilizarla mediante horarios de uso. Puede que no fueran sistemas muy sofisticados, pero estaban muy bien organizados entre la comunidad y los líderes comunitarios, y hay aspectos que pueden recuperarse para las políticas climáticas actuales.

En todo este escenario, ¿cuál debería ser el papel de la comunidad internacional?

La comunidad internacional tiene un papel clave que desempeñar, desde proporcionar financiación y tecnología para proyectos de adaptación, hasta colaborar en la investigación y compartir buenas prácticas. Y lo básico para garantizar un futuro sostenible: reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero y fomentar la acción colectiva y la cooperación internacional. Además, es crucial que los investigadores mantengan contacto con las comunidades y que los tomadores de decisiones dediquen tiempo a leer sus resultados. Y quiero enfatizar que la migración climática no es un problema por venir. Ya está aquí. El cambio climático es un multiplicador de riesgos que debe abordarse con medidas preventivas antes de que sea demasiado tarde.