Venecia en 1969.- JACQUES CHEVRY / INA/ AFP Venecia en 1969.- JACQUES CHEVRY / INA/ AFP

De Venecia a Vlorë: Voces del Adriático Oriental

Una travesía literaria por el Mediterráneo más desconocido

Por Marc CasalsZagreb, Croacia

En su ensayo poético Breviario mediterráneo (Anagrama, 1991), un evocador canto al Mare Nostrum, el autor croata Predrag Matvejević formula una clasificación de mares y océanos según su tamaño: "El Atlántico y el Pacífico son los mares de las distancias; el Mediterráneo es el mar de la cercanía; el Adriático es el mar de la intimidad". Ciertamente el Adriático presenta unas dimensiones reducidas: desde su cabeza en la laguna veneciana hasta su extremo sur en el canal de Otranto baña 3.700 kilómetros de costa y tiene un volumen aproximado en agua de 35.000 km3, cifras minúsculas en comparación con los océanos que cita Matvejević. Sin embargo, su cuenca oriental, que se extiende a lo largo de los Balcanes, posee una idiosincrasia particular que ha sido eclipsada por la explotación turística. La literatura del Adriático Oriental, escrita en sus lenguas ribereñas —italiano, esloveno, croata y albanés—, nos puede servir como brújula para explorar este Mediterráneo íntimo.

1. 'Brevario mediterráneo' de Pedrag Matvejevic (Anagrama). 2. 'Triestre, una identidad de frontera', de Caludio Madgris y Angelo Ara (Pre-textos). 3. 'La pira al port', de Boris Bahor (Periscopi).

Cualquier travesía por el Adriático Oriental debe partir desde Venecia, la ciudad que ha marcado la historia y la cultura de la región. Durante los siglos en los que la Serenissima dominó sus orillas, construyó colonias amuralladas y fortines para garantizar el tráfico marítimo, además de dejar numerosas huellas en los idiomas y costumbres del litoral. Probablemente la ciudad de los canales sea una de las más representadas del mundo: de Goethe a Jósif Brodsky y de Carpaccio a Tintoretto. Por eso, Predrag Matvejević sorprendió a propios y extraños con La otra Venecia(Pre-Textos, 2004), una visión distinta de la emperatriz del Adriático que no se fijaba ni en palacios ni en góndolas, sino en detalles como los pilotes de madera que sirven para orientarse en la laguna, la omnipresente humedad que causa putrefacciones y óxidos, los arenales adonde van a morir las gaviotas y las viejas hosterías con mesas de roble, descritas como "las flores salvajes más bellas de Venecia".

Aunque el Adriático era considerado "el golfo de Venecia", la Serenissima tuvo a una competidora en Trieste, que en el siglo XVII había sido declarada puerto franco por el Imperio de los Habsburgo. En su ensayo Trieste, una identidad de frontera (Pre-Textos, 2007), Claudio Magris y Angelo Ara analizan la esencia de la triestinità, marcada por el cosmopolitismo de este baluarte austrohúngaro en el Mediterráneo. Debido a la naturaleza portuaria de Trieste, a ella acudieron gentes con una identidad diversa: italiana, eslava, germánica o judía. Esa mezcla tuvo como resultado la aparición de una cultura singular, rica en contrastes: "Trieste […] ha buscado y busca su propia razón de ser en estos contrastes y su irresolubilidad". La reticencia innata de la ciudad a las categorías tajantes la convirtió en un símbolo de nuestro tiempo: "Trieste […] era un modelo de la heterogeneidad y el carácter contradictorio de toda la civilización moderna, carente de un fundamento central y de una unidad de valores".

Tras la caída de Venecia, en el Adriático Oriental surgieron proyectos nacionales enfrentados: por un lado el italiano; y por el otro, los de eslovenos y croatas, ambos pueblos eslavos del sur. La rivalidad entre ellos se exacerbó en el siglo XX. La Italia de Mussolini oprimió a la población eslava en el periodo de entreguerras, como muestra Boris Pahor en su libro de relatos La pira al port (Periscopi, 2020). En el cuento que da título al volumen, la "pira" que arde en el puerto de Trieste es el centro cultural esloveno, incendiado por la milicia fascista de los Camisas Negras. Las tornas cambiaron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el grueso de la población italiana abandonó, por miedo o por intimidaciones, los territorios adriáticos que habían quedado en la Yugoslavia de Tito. Marisa Madieri, esposa de Claudio Magris y desplazada de Fiume, ciudad hoy perteneciente a Croacia con el nombre principal de Rijeka, recuerda aquel éxodo y el mundo de infancia que la autora perdió con él en la delicadísima Verde agua (Minúscula, 2001).

Muelle de Cacciotti en Triestre, cuando formaba parte del Imperio austrohúngaro.-ROGER VIOLLET / AFP
Muelle de Cacciotti en Triestre, cuando formaba parte del Imperio austrohúngaro.-ROGER VIOLLET / AFP

El universo del Adriático Oriental no se circunscribe a la línea de la costa, sino que abarca también numerosas islas y el interior del continente. El microcosmos singular que constituyen las islas del Adriático –hay más de mil solo en Croacia– se refleja en la novela corta La isla, de Giani Stuparich (Minúscula, 2008), en la que un padre y un hijo regresan a la isla natal del primero, quien sufre un cáncer terminal pero no lo sabe. La atmósfera solar de colores tersos en la que se sumergen los protagonistas contrasta con la fría sombra de la muerte que les acecha. De vuelta al continente, La ciudad en el espejo (Minúscula, 2020), de Mirko Kovač, examina la relación que tiene la población campesina de tierra adentro con las ciudades costeras, en este caso Dubrovnik, capital de una república independiente durante siglos. El narrador recuerda, no sin cierta melancolía, cómo, de niño, la llamada "Perla del Adriático" le inspiraba una mezcla de apocamiento y fascinación.

El tramo meridional del Adriático en los Balcanes corresponde a Albania, país que quedó desgajado del resto del litoral por la implantación de un régimen comunista aislado del mundo. En El gran invierno (Vosa, 1991), Ismaíl Kadaré, principal escritor en lengua albanesa, novela la ruptura de Albania con la URSS, que condujo a su paranoico dictador, Enver Hoxha, a cerrar las fronteras y sembrar el país de búnkeres. Parte del libro transcurre en una base naval próxima a la ciudad de Vlorë, en el límite sur del Adriático. Este trecho final de la costa no aparece descrito como un entorno placentero, como sí sucede en el resto de libros citados, sino como una bahía oscura, rocosa y agreste, en la que albaneses y soviéticos se enfrentarán por el control de la base y su flotilla. El clima malsano y pesadillesco en el que se desenvuelve la acción poco tiene que ver con el de la costa albanesa hoy en día, convertido en uno de los principales destinos del turismo veraniego en Europa.

El Adriático Oriental por el que hemos navegado de Venecia a Vlorë tiene un pasado convulso que contrasta con su apariencia idílica, pero, tras el fin de la Guerra Fría y la sangrienta disolución de Yugoslavia, las aguas de la Historia parecen haberse sosegado. Durante siglos existió una conciencia mediterránea en la que esta costa formaba parte del espacio común, pero se disipó a causa de la distancia respecto a nuestro Mediterráneo y a las vicisitudes históricas. Ahora que la estabilidad de la zona permite conocerla mejor, valga esta breve travesía como invitación para recalar en sus puertos no solo físicos, sino también literarios. Quizás estas obras abran los horizontes de un Mediterráneo puede que desconocido, pero en ningún caso ajeno. Tal como afirma Predrag Matvejević: "Se distinguen las navegaciones después de las cuales miramos las cosas de forma distinta, en particular aquellas tras las cuales vemos de otra manera también nuestro pasado, e incluso el mar".