Ribera del río Ebro.- MANUEL COHEN/AFP

Opinión

La erosión de la costa mediterránea, una realidad

Verónica Couto AnteloBióloga y comunicadora científica en el CREAF

6 de enero de 2024

Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos países de la costa mediterránea se promocionaron como destinos de verano y esto atrajo a miles de turistas a sus playas. Sin ir más lejos, en 1956 el NO-DO español ya hablaba de Benidorm como un gran lugar de vacaciones por la "amplitud de su playerío". Fue entonces cuando empezó el drama de nuestro litoral. Para satisfacer las necesidades de la masificación, fuimos construyendo bloques de apartamentos en primera línea de mar, industrias costeras, múltiples puertos, paseos marítimos e incluso líneas de tren casi en la orilla. Y esto ha dejado poco espacio para que las playas funcionen como lo que realmente son: naturaleza. 

El ecosistema que conocemos popularmente como playa es mucho más que los metros de arena donde ponemos la toalla; también comprende la primera franja del mar y las dunas. Si este ecosistema goza de buena salud, funciona como una barrera física para que las olas de los temporales marítimos no lleguen a los pueblos y ciudades de costa y actúa como una esponja para absorber el agua de las inundaciones. El problema es que, igual que el cuerpo humano necesita que todos sus órganos vitales estén sanos para funcionar correctamente, las playas necesitan que todas sus partes estén sanas para mantener su ciclo natural y protegernos. 

Pero hay más. Los componentes de la playa no son una foto estática y van intercalando periodos en los que hay más volumen de arena —etapas de acreción— y periodos en los que hay menos —erosión—. Esto depende de los vientos, de las mareas o del caudal de los ríos, entre otros factores; y se va equilibrando a lo largo de los años. Sin embargo, para tener momentos de ganancia de arena, las playas tienen que recibir los sedimentos que vienen de los ríos y en este paso, ¡sorpresa!, también hemos interferido. De manera natural, los ríos en sus primeros tramos tienen mucha velocidad y fuerza y arrancan partículas de roca y piedra que van transportando hasta el mar. Estas piedras se hacen pequeñitas a medida que van circulando y cuando llegan a la playa tienen la forma de arena que conocemos. No obstante, ahora mismo hemos alterado los caudales de los ríos mediante la extracción de agua, la ejecución de trasvases y con la construcción de embalses donde quedan retenidos los sedimentos; en definitiva, hemos obstruido los ríos que alimentan las playas. Por este motivo, la costa mediterránea se ha quedado encallada en el periodo de erosión. 

Sin turismo ni protección 

Si la costa mediterránea sigue así, el primer perjudicado será el propio turismo que la utiliza, pues las playas cada vez son más estrechas y podrían acabar desapareciendo las urbanas. Sin embargo, esto no es ni de lejos lo más grave. En el contexto de calentamiento global, el nivel del mar ha aumentado 16 cm desde que hay registros y la mitad de ellos solo en los últimos 30 años. Esto quiere decir que el mar cada vez va a estar más cerca de los núcleos urbanos, los campings y los apartamentos; y no tendremos un ecosistema litoral sano que nos proteja. De hecho, según la investigadora del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) Annelies Broekman, "algunos sitios donde hasta ahora las tormentas marinas no causaban daños, con la subida del nivel del mar quedarán más expuestos y estarán más afectados". En la misma línea, hay que tener en cuenta que estamos perdiendo la protección de las playas contra temporales en el peor momento, porque si antes los eventos climáticos extremos pasaban cada 100 años, a partir de ahora serán más frecuentes y podrían suceder cada 50 o 25 años. 

Por otra parte, no podemos obviar que esta situación acentuará las desigualdades entre países de la región mediterránea, porque la ribera sur será la más afectada con la subida del nivel del mar. Un ejemplo muy claro es Egipto: solo en el Delta del Nilo se espera que más de 6,3 millones de personas puedan verse seriamente afectadas si el nivel del mar sube por encima de los 80 cm, un escenario que es factible con las tendencias actuales. 

¿Ahora qué? 

La parte positiva de disponer de todo este conocimiento científico es que nos permite anticiparnos y actuar de manera estratégica. Debemos asumir que algunos daños serán inevitables, porque no podemos controlar los fenómenos meteorológicos, pero sí que podemos minimizarlos. Asimismo, tenemos que prescindir de una vez por todas de las actividades que llevamos a cabo en las zonas inundables y dejar de construir en las franjas cercanas al mar. La solución no es poner más espigones y pensar que controlarán el mar, porque, como explica Broekman, "las dunas de las playas son móviles y por eso hacen que el embate del agua del mar en un temporal se atenúe. Cuando llega la ola, remueven la arena, ayudan a que se genere una zona tampón y llega menos agua a la ciudad. En cambio, si las olas llegan a estructuras artificiales, las pueden romper con facilidad y no nos serán de ayuda para protegernos". 

Por último, hace falta recuperar nuestra naturaleza. Necesitamos restaurar las dunas, los deltas y el circuito que siguen los sedimentos de los ríos. De la misma manera, si los sedimentos no llegan a las playas porque hemos secuestrado los ríos para el consumo de agua, es hora de que nos replanteemos el uso —y el abuso— que hacemos de este recurso. Solo así nos coordinaremos de verdad con las necesidades de las cuencas hidrográficas de cada país para que lleguen sanas y salvas a las playas y al mar. Todas tenemos un papel en esta restauración de la costa mediterránea, para recuperar su salud y permitirle, así, que también ella nos proteja.