Opinión
Libia: el tablero del ecologismo global
6 de enero de 2024
Desde hace una década, políticos y medios de comunicación europeos de todas las ideologías han reducido Libia a una concatenación de los mayores horrores vinculados a la inmigración: los mercados de esclavos, el tráfico de personas, las cárceles de migrantes, las detenciones violentas de los guardacostas libios. Y es así desde que, en 2011, una intervención de la OTAN en apoyo al levantamiento de una parte del pueblo libio acabase con el régimen del dictador Muamar el Gadafi. La guerra civil desatada empujaría al éxodo a miles de personas a través de la ruta del Mediterráneo Central, y dispararía el número de ahogados y desaparecidos. Una vez más, la Unión Europea presentó la huida como un fenómeno natural imprevisible, como si a cada conflicto bélico no le siguiera siempre la búsqueda desesperada de refugio. Y como si para entonces, el presidente italiano Silvio Berlusconi no llevase años incluyendo bolsas de plástico para los cadáveres de los migrantes ahogados en los paquetes de cooperación al desarrollo con los que el Gobierno de Italia pagaba a Gadafi para que impidiese su salida.
Desde entonces, el país ha estado sumido en un caos político alentado por las distintas potencias que libran sus propias pugnas geostratéticas en un suelo que, además, alberga la mayor reserva de petróleo de África. Desde 2014, dos gobiernos rivales administran las dos mitades del país. El oriental, controlado por el mariscal Hafter y con sede en Tobruk, cuenta con el respaldo de Jordania, Arabia Saudí, Rusia y Francia; mientras que el occidental, promovido por las Naciones Unidas y con sede en Trípoli, tiene entre sus apoyos a Qatar, Italia o Turquía.
Mientras la comunidad internacional juega a las cartas con los mandatarios libios, su población lidia con uno de los índices de pobreza más altos del mundo, pese a que con sus reservas petrolíferas podría gozar de un nivel de vida equiparable a las monarquías de los petrodólares. En septiembre de 2023, la ONG Oxfam publicó un informe en el que denuncia cómo la UE destina las ayudas al desarrollo para Libia —además de Níger y Túnez— a programas dirigidos a cerrar el tránsito migratorio, hecho que viola sus propias normas comunitarias e internacionales.
El pueblo libio es víctima de la avaricia y el egoísmo de las potencias que juegan con su destino y de las élites corruptas que ocupan sus instituciones. Y sus consecuencias se han convertido en lecciones de las que deberían tomar nota todos los países del entorno. Prueba de ello es que la falta de gobernanza, de servicios públicos y de mantenimiento de las infraestructuras, combinadas con los efectos de la crisis climática, han provocado una de las mayores crisis humanitarias de las últimas décadas en el norte de África.
La tormenta 'Daniel'
Desde su llegada a Grecia a principios de septiembre de este año, la tormenta Daniel fue considerada un fenómeno "inédito" que causó importantes daños también en Bulgaria y Turquía antes de cruzar el Mediterráneo. Mientras que en la orilla septentrional el calentamiento global ha provocado que las tormentas extremas sean diez veces más probables, en la costa del norte de África, el riesgo se ha multiplicado hasta por cincuenta. La tormenta descargó hasta 450 litros por metro cuadrado en pocas horas. En la ciudad de Derna, donde vivían unas 120.000 personas, la inundación provocó el colapso de dos represas cuyo mal estado llevaba siendo denunciado por distintas instituciones desde 2008. Varias olas gigantes se llevaron por delante, al menos, 891 edificios de viviendas con muchos de sus habitantes dentro, según datos del Gobierno de Unidad Nacional, que en esta ocasión cooperó con el del mariscal Hafter, bajo cuyo control se encuentra Derna. Al menos 3.000 personas murieron y 9.000 permanecen desaparecidas, según estimaciones de la ONU. Más de 30.000 tuvieron que desplazarse para encontrar un techo bajo el que sobrevivir.
Los supervivientes no daban crédito. "¿Por qué todo lo malo nos tiene que pasar a nosotros?", repetían en cada una de las entrevistas realizadas por esta periodista. La inundación de Derna fue la catástrofe final tras las dos guerras civiles que se sucedieron en el país desde 2011 y una tercera que se libró en esta ciudad contra el Estado Islámico, que llegó a incorporar a su califato parte de Libia entre 2014 y 2018. Durante este periodo, además de las batallas de los yihadistas con el Ejército de Hafter, la población de Derna sufrió los bombardeos por parte de Egipto y de Estados Unidos. "El mayor problema ahora es el estado psicológico de una población que lo ha perdido todo: familiares, vecinos, casa, trabajo, todo. Sabemos que la salud mental es siempre una cuenta pendiente, pero en este contexto es crucial", explicaba tras las inundaciones Arkham Omer Melkauri, coordinador de la respuesta a la emergencia humanitaria del Hospital Universitario de Derna, mientras en los pasillos se acumulaban los heridos por los derrumbamientos de los edificios.
El pueblo libio sufre un trauma colectivo resultado de años de violencia, aislamiento y pobreza. Y fue precisamente cuando el agua arrasó parte de la ciudad de Derna cuando quedó al descubierto su ansia por la reunificación. "Ver a tantos voluntarios de todas las partes de Libia y soldados del Ejército de Trípoli trabajando con soldados de Tobruk me ha devuelto la esperanza de volver a ser un solo país unido", explicaba con tanta tristeza como esperanza Ahmed Aljaer, uno de los cientos de hombres llegados desde Trípoli. No visitaba el lado oriental del país desde la caída del régimen de Gadafi, cuando era apenas un niño. Junto a él, algunos de los edificios que resistieron en pie conservaban los agujeros provocados por la metralla que ha marcado la historia reciente de un país crucial para el norte de África y para el sur de Europa, aunque desde Bruselas se empeñen en mirarlo como una extensión de sus fronteras.
*Patricia Simón cubrió las inundaciones de Libia en septiembre de 2023.