Si quieres que tu hijo coma sano, dale hamburguesa

Dra. Antonia CaravacaEspecialista en Endocrinología Pediátrica del Hospital Universitari Dexeus de Barcelona

Y ahora que hemos llamado tu atención, llegan las rebajas: dale hamburguesa, sí, y patatas fritas, pero solo muy de vez en cuando y dentro de una estrategia de nutrición saludable. Su éxito dependerá en buena medida de nuestra capacidad para involucrar a los hijos en su propia alimentación, y esto pasa también por hacerle ver que respetamos sus preferencias, aunque los límites y las normas los pondremos los adultos.

No basta con saber que los niños deben comer frutas, verduras y lácteos varias veces al día todos los días; que la comida rápida, los refrescos y zumos azucarados, los snacks y la bollería industrial generan sobrepeso y obesidad y sus enfermedades asociadas; o que el exceso de sal y azúcar son malos para la salud. Los padres veteranos saben que los hijos tienen energía suficiente para mantener la batalla de las comidas por tiempo indefinido y que, en no pocos casos, agotarán a los adultos antes de cansarse ellos.

Una adecuada alimentación en la infancia no solo determina la salud y el desarrollo físico y cognitivo de nuestros hijos en esa etapa, sino que está demostrado que condicionará su vida para siempre cuando sea adulto. Y ese objetivo pasa por una correcta elección de los alimentos, pero también por cómo los administramos y qué ejemplo damos a nuestros hijos.

Cinco principios básicos

La alimentación infantil debe plantearse como un asunto “familiar” regido por cinco principios: establecer un horario regular para las comidas, hacerlo siempre en familia y sin distracciones como la tele o el móvil; ofrecer alimentos saludables entre las comidas principales si a veces quieren picar algo; dar un buen ejemplo siguiendo una dieta equilibrada los propios adultos; evitar las peleas por la comida, e involucrar a los niños en el proceso.

Y todo ello debe empezar a una edad muy temprana. Durante la infancia es cuando el niño adquiere sus hábitos y gustos alimentarios, que generalmente se mantendrán durante la adolescencia y la edad adulta. Por eso es muy importante que comamos en familia en horarios regulares y comprenda que lo que se sirve ese día es lo que hay de comer para todos.

Esto no es incompatible con el hecho de que el niño va descubriendo nuevos alimentos, sabores y texturas que muchas veces le provocarán rechazo. Debemos tener paciencia y ser conscientes de que todo aprendizaje lleva su tiempo. Seguramente tendremos que hacer varios intentos antes de conseguir que se coma la verdura. Debemos huir de las típicas peleas de la comida, porque con ello solo conseguiremos que el niño asocie el almuerzo o la cena familiar con algo negativo. Animémosle a probarlo, no le obliguemos a comérselo todo, empecemos con raciones pequeñas y vayamos paso a paso, con calma pero con constancia: es más difícil que pegar dos gritos, pero mucho más efectivo.

 

Predicar con el ejemplo

¿Y qué hay de los propios padres? Los niños hacen lo que ven y cualquier estrategia para una nutrición infantil saludable pasa necesariamente por que los padres sean los primeros en hacerlo. De nada sirve pedirles a nuestros hijos que hagan lo que nosotros no hacemos.

Y esto debe empezar antes incluso de la gestación, porque hay numerosos estudios que sugieren que la obesidad materna e incluso paterna antes del embarazo condiciona la predisposición del feto y el niño al sobrepeso y la obesidad; y la epigenética nos dice que esa predisposición pasará también a la siguiente generación, con lo que eternizamos este grave problema de salud.

En su opinión, otra buena estrategia para alcanzar nuestro objetivo es involucrar a los niños en la alimentación. Hacerles partícipes de la decisión de los alimentos que compramos en el súper o en el mercado facilita que luego se los coman más a gusto. No debemos preguntarles si quieren coliflores, sino darles a elegir entre coliflores o brócoli, por ejemplo. Y cuando sea posible, animarles a ayudarnos en la cocina con tareas apropiadas a su edad también facilitará que se los coman porque ellos mismos han trabajado para llevarlos a la mesa”.

Volviendo al principio, es en este contexto donde los padres deben mostrar también cierta flexibilidad para no convertir la alimentación en una guerra permanente. No pasa nada por permitir que los hijos coman ocasionalmente hamburguesa, pizza o un pastel. El problema está en el exceso, no en estos productos en sí. Así verán que comer sano no es incompatible con ciertos caprichos.

Eso sí, nunca se deben utilizar como alternativas a la comida programada, ni como premio por haber comido antes lo que queremos, sino como una decisión compartida ajena a los alimentos que, como norma, constituyen nuestras comidas habituales en familia.