¿Por qué engordamos?

Rocío Práxedes GómezDietista-Nutricionista de la Unidad de Obesidad del Hospital Quirónsalud Valencia

Hacer esta pregunta, tras las fiestas navideñas, podría llevarnos a pensar en una respuesta fácil: Por el sinfín de comidas y cenas copiosas propias de estos días, “aliñadas” con turrón, polvorones, bombones y demás dulces. Y si la misma pregunta, la hacemos en cualquier otra época del año, también podría tener una sencilla explicación: engordamos cuando comemos y bebemos más de lo que nuestro cuerpo gasta y necesita. En cierto modo es así, dado que la energía que obtenemos a partir de los alimentos, es la que nuestro organismo utiliza para satisfacer tres requerimientos: el gasto energético en reposo, la actividad física y el efecto térmico de los alimentos. Pero no todas las personas funcionan igual.

El gasto energético en reposo (GER) es la gasolina que necesitamos simplemente para vivir, y se estima en nada más y nada menos que el 70% de las calorías consumidas diariamente. Mantener la vida no tiene el mismo coste para todos, las calorías consumidas en las funciones vitales dependen de la edad, el tamaño, la composición del cuerpo, el clima, el sexo, el estado hormonal, la temperatura, el estrés, la enfermedad, la genética, y otros factores como el consumo de cafeína, tabaco o alcohol. De todo esto, salvando las edades de crecimiento rápido, destaca la gran influencia que el tamaño y la composición del cuerpo, tienen en el gasto, concretamente, los órganos y el tejido muscular, son grandes "derrochadores" de energía; y en contra de lo que se cree, el efecto de los genes es muy pequeño, más bien es la interacción de la herencia genética con un ambiente desfavorable (aumento de la disponibilidad de alimentos, más oferta de alimentos con grasas y azúcares, sedentarismo…) lo que puede hacer a las personas más susceptibles de ganar peso.

La actividad física está definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos; e incluye la actividad planificada con el fin de estar en forma (lo que llamamos ejercicio), la realizada en el trabajo, en el hogar,  en el ocio…, y también, la originada de forma involuntaria o espontánea (todos conocemos a alguien que gesticula mucho o que no para ni durmiendo). Todo ello supone grandes diferencias entre unas personas y otras, estimándose un gasto por actividad del 10% en las sedentarias, y hasta del 50% en las más activas. Además, si la actividad física es capaz de generar más músculo, supondrá un incremento del GER (hay más tejido que alimentar), de manera que moverse no sólo contribuye a quemar calorías durante la actividad, sino también después del movimiento.

Por último, el efecto térmico de los alimentos son calorías empleadas en el propio acto de comer, en convertir cada delicioso bocado en nutrientes, en funciones orgánicas, estructuras y reservas, todo ello consume energía; además estos procesos no son 100% eficientes, pierden calor. Lo asombroso es que nuestro cuerpo es capaz de modular este sistema, perdiendo más o menos combustible según sea nuestra ingesta y nuestros requerimientos, supondrá en torno al 10% de la suma del gasto energético en reposo y el gasto por actividad física.

Cuando modificamos nuestra composición corporal (aumentamos o disminuimos el peso), las calorías empleadas en el gasto energético en reposo y el efecto térmico de los alimentos también se modifica. Si el cambio de la composición corporal es por ganancia de músculo, gastaremos más calorías durante todo el día.

En definitiva, gasto e ingesta están conectados, el tracto gastrointestinal, el tejido graso, el páncreas y grupos de neuronas, informan al hipotálamo, en el Sistema Nervioso Central, de lo que hacemos. Y la respuesta no se hace esperar. Las dietas y los métodos para perder peso, afectan a la ingesta y al gasto calórico del cuerpo, es importante ponerse en buenas manos, para evitar efectos indeseados.