No te equivoques con el síndrome de piernas inquietas, una patología frecuente entre españoles y, sobre todo, en mujeres

Dra. Laura Lillo TrigueroAdjunta al Programa de Medicina del Sueño del Hospital Ruber Internacional de Madrid

No te equivoques con el síndrome de piernas inquietas, una patología frecuente entre españoles y, sobre todo, en mujeresGeneralmente en verano, y con el calor, los pacientes describen un agravamiento de los síntomas del Síndrome de Piernas Inquietas (SPI), un trastorno neurológico que se caracteriza por la presencia de una necesidad imperiosa de mover las piernas, asociada o no a síntomas sensitivos en las mismas, que aparecen a última hora del día, durante el reposo, y que mejoran con el movimiento.

Se trata de una enfermedad frecuente que afecta al 7,2-11,5% de la población española y, a pesar de su alta prevalencia, es habitual que no se diagnostique hasta muchos años después de su inicio, ya que los síntomas se pueden malinterpretar, atribuyéndolos a un problema de ansiedad o de índole psiquiátrico, lo que retrasa su identificación, diagnóstico y tratamiento.

Más frecuentes en mujeres

Las mujeres presentan con más frecuencia SPI, al tiempo que está más presente en las edades más avanzadas. A su vez, los pacientes con insuficiencia renal, sobre todo en fase avanzada, tienen igualmente más riesgo de presentarlo, así como las personas con déficit de hierro o aquellos con familiares que padezcan este trastorno, quienes desde la infancia pueden presentar ya diversos síntomas.

A pesar de que se ha investigado mucho sobre este síndrome, aún no se conoce bien por qué se origina. Lo que está claro es que el Síndrome de Piernas Inquietas tiene un origen multifactorial complejo, es decir, hay varios factores que podrían favorecer su aparición, tales como la ferropenia o la herencia genética de los pacientes, entre otros.

El SPI puede cursar como una enfermedad crónica, de manera que una vez que se inician los síntomas estos persisten durante toda la vida. Incluso en estos casos es frecuente que los pacientes no tengan síntomas a diario, o que la intensidad de los mismos varíe de un día para otro.

En los casos de SPI intermitente los pacientes alternan periodos con síntomas y otros sin síntomas. Estos periodos pueden durar varias semanas o incluso meses, siendo esta duración variable de unos individuos a otros. Generalmente en verano, y con el calor, los pacientes describen un agravamiento de los síntomas, tal y como hemos comentado anteriormente.

Los principales síntomas

Los pacientes con SPI presentan una necesidad imperiosa de mover las piernas que aparece cuando están en reposo (sentados o tumbados), a última hora de la tarde y durante la noche y que mejoran con el movimiento. Esto les obliga a mover las piernas, ya sea dentro de la cama o incluso a caminar durante la noche para aliviar dichos síntomas. En muchos casos presentan también molestias en las piernas que pueden sentirse como hormigueo, dolor, “inquietud” o “malestar”, aunque con frecuencia son difíciles de verbalizar.

Dada la hora de aparición de los síntomas es muy frecuente que impidan la conciliación del sueño y el mantenimiento del mismo, dado que para aliviar los síntomas les es necesario estar en movimiento, con frecuencia caminando por la habitación hasta altas horas de la madrugada, momento en el que generalmente los síntomas mejoran para desaparecer a la hora del despertar.

En consecuencia, las personas que padecen SPI ven mermada su calidad de vida. Hay que tener en cuenta que a partir de las 20-21 horas les resulta muy difícil permanecer sentados, lo que repercute negativamente sobre actividades cotidianas y sociales que habitualmente se realizan en dicho horario, como asistir al cine, al teatro o cenar. Si el reposo es prolongado, los síntomas también pueden aparecer durante el día, por lo que los pacientes con SPI con frecuencia tienen dificultades para realizar viajes largos.

Dado que esta enfermedad tiene un alto componente genético, no hay una verdadera estrategia que pueda prevenir su aparición, de forma que aquellos individuos genéticamente predispuestos a presentar SPI tienen un alto riesgo de desarrollarlo, sobre todo si son mujeres y presentan déficit de hierro.

Diagnóstico y tratamiento

Su diagnóstico es básicamente clínico. Esto quiere decir que se realiza en base a los síntomas que el paciente relata durante la consulta. Sobre el tratamiento, lo recomendable en primer lugar son las medidas no farmacológicas, que afectan fundamentalmente al estilo de vida del paciente y que pueden mejorar en el largo plazo los síntomas de SPI:

  • Higiene del sueño: manteniendo unos horarios de sueño estables todos los días de la semana, tanto para acostarse como para levantarse. En concreto, en estos pacientes es recomendable que se acuesten algo más tarde de lo habitual y reserven algunas tareas que exijan movimiento para esas últimas horas del día. De este modo, al no estar en reposo retrasarán el inicio de los síntomas y, en consecuencia, deberán levantarse también algo más tarde de lo habitual. Lo ideal sería que los horarios laborales fueran flexibles para permitir este retraso en el inicio y fin del sueño.
  • Ejercicio físico: es recomendable realizar ejercicio físico aeróbico, al menos 3 veces por semana.
  • Evitar el consumo de estimulantes y tóxicos: los pacientes con SPI no deben consumir sustancias estimulantes como cafeína, teína o tabaco, ya que estas empeorarán los síntomas. En el caso concreto del alcohol, este fragmenta el sueño, por lo que también debe evitarse su consumo.
  • Evitar los fármacos que pueden agravar o provocar el SPI: se debe revisar toda la medicación del paciente y retirar todos aquellos fármacos que pueden empeorar los síntomas, sustituyéndolos por otros sin este efecto secundario.

Si a pesar de todas esas medidas persisten los síntomas de SPI y afectan negativamente al sueño o a la calidad de vida del paciente, está indicado el inicio de un tratamiento farmacológico. Esto sucede en los casos de SPI moderados o graves, que constituyen el 25% de los pacientes.

Hay diversos tratamientos disponibles. En la actualidad se recomienda comenzar con fármacos antiepilépticos moduladores del glutamato, como gabapentina o pregabalina. Los agonistas dopaminérgicos ampliamente utilizados en el pasado han quedado relegados a un segundo plano por el riesgo a largo plazo de agravamiento de la enfermedad que conllevan. El hierro oral o intravenoso y los opioides pueden ser también útiles, y otras opciones están actualmente en fase de investigación.