Carmen Juares.- MIGUEL VELASCO

Carmen Juares: "Hay que poner los cuidados en el centro y no sólo como eslogan"

Ana Polo

Carmen Juares es una integradora social y activista hondureña. Tiene 34 años y vive en Barcelona desde hace 15. Se define como feminista, de izquierdas y antirracista. Durante sus primeros seis años aquí, trabajó como interna cuidando a una señora mayor, donde solo tenía diez horas de descanso a la semana. Es responsable de precariedad y nuevas realidades del trabajo en CCOO y cofundadora de Mujeres Migrantes, una asociación creada por trabajadoras del hogar y de los cuidados para crear espacios de empoderamiento. En 2018 su nombre se hizo más popular tras protagonizar el pregón de las fiestas de la Mercè en Barcelona.

¿Cómo está viviendo la pandemia y el post-confinamiento?

Me cuesta responder a esta pregunta. Yo me muevo en el mundo de las asociaciones y ves situaciones muy duras. Gente que tiene problemas para pagar la vivienda; o que tenía el permiso de asilo (NIE) provisional, no han podido renovarlo y ahora no pueden trabajar. Muchas familias lo están pasando mal, con mucha angustia, sin saber qué puertas tocar; porque cuando llamas a la Administración parece que no hay ningún problema y que el permiso de residencia se prorroga automáticamente pero luego no es así. En mi caso, yo tengo un trabajo. En casa estamos bien. Pero es complejo. Por eso cuando me hacen esta pregunta me sale decir: “Así, así”.

¿Se están vulnerando más derechos que antes de la pandemia?

La pandemia ha venido a agravar la situación de las personas que ya partían de una precariedad y una vulneración de derechos. El hecho de coartar la libertad de movimiento hizo que muchas personas perdieran su trabajo, como la mayoría de las compañeras de la asociación [Mujeres Migrantes], que son trabajadoras de cuidados y no pueden hacer teletrabajo. Es un trabajo presencial y muchas han visto su jornada laboral aumentada por el mismo sueldo y a otras las despedían si no aceptaban confinarse en la casa donde trabajaban.

Al final la clase obrera es la que acaba pagando el pato.

Sí. Es la que se levanta cada día para ir a trabajar; porque no vive de rentas, vive de su trabajo. Y si has de coger el metro y el bus… Pues los coges. Hay personas que viven en tal situación de precariedad que aunque se contagien se lo callan, porque si no trabajan no cobran. Como las personas que trabajan en el campo, los trabajadores de reparto de plataformas (riders), las trabajadoras del hogar…

Muchas personas pudieron pasar el confinamiento en su casa porque había otros que estaban trabajando, recogiendo los alimentos en condiciones muy duras. Luego aparecen los focos de contagio en Lleida y lo más fácil es culpar a los temporeros.

¿Tenemos muy poca empatía?

Sí. Si te fijas, se aplaudía cada día a los sanitarios, pero nadie se acordaba de las cuidadoras. Hay mujeres que se consideran feministas y que tienen a una persona 24 horas interna cuidando de un familiar, con unas pocas horas libres a la semana. Es un reto que el feminismo tiene que afrontar: hacer de la lucha de cuidados una lucha propia. No solo como un canto de “No estamos todas, faltan las internas” y cuando se acaba la manifestación cada una vuelve a su espacio de confort. Hay que poner los cuidados en el centro como contenido y no como eslogan. Como movimiento feminista y como sociedad tenemos que plantearnos si queremos afrontar los cuidados de puertas adentro o verlo como lo que es: una problemática social. Si criticamos del capitalismo la explotación de las personas para la acumulación, no lo vamos a estar ejerciendo nosotras en nuestras casas, ¿no? Explotando a otras mujeres para poder tener tiempo e ir a trabajar. Pero hay muchas que se lo callan porque si eres tan progre y tan feminista, queda mal.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que hacemos cosas mal y que tenemos conductas que perpetúan opresiones?

Porque sabemos que es algo que no está bien. Si lo hace uno de Vox se ve muy claro: este sí que es racista. Está muy identificado. Interpelarte a ti misma no es tan fácil. Tenemos que aceptar que vivimos en una sociedad que es racista, clasista, que tiene mentalidad colonialista; y que hemos socializado desde pequeños así. Yo nací en Honduras, un país donde la gente pobre es muy pobre y la gente rica es muy rica. Allí no soy considerada de piel negra, estoy entre la gente clara. Yo he socializado allí y también soy racista, lo que pasa es que vengo aquí y la gente es más racista conmigo todavía. [Se ríe]

Sería muy raro que viniendo de dónde venimos fuéramos seres de luz.

Pero tampoco tenemos que flagelarnos. Yo tengo una amiga que a veces me dice que se siente mal porque se considera una chica privilegiada porque sus padres le han pagado los estudios y tiene un buen trabajo. Yo siempre le digo que no tiene que flagelarse, simplemente apoyar a las personas que lo necesitan, ir por la vida sin hacer daño a nadie, y ya está.

Claro, porque tampoco eres responsable de tus privilegios, pero sí que eres responsable de lo que haces con ellos, ¿no?

Exacto.

¿En algún momento se ha llegado a creer eso de “Saldremos mejores personas de esto”?

Yo al inicio lo pensaba. Con los aplausos y tal. Ahora se ha visto que el individualismo que tan interiorizado tenemos sigue ahí. No nos hemos vuelto mejores personas. Pero aquellas personas que ya estaban luchando antes de la pandemia en asociaciones, que se estaban autoorganizando, sí que siguen haciendo un curro que permite ayudar a muchas personas que lo están pasando mal. Tenemos la suerte que en Barcelona y en Catalunya existe un tejido asociativo bastante fuerte, y eso ha hecho que personas con todas las precariedades que te puedas imaginar sigamos trabajando y ayudándonos entre nosotros. Porque si nos esperamos a que los políticos actúen, ya te digo yo que así nos vamos a quedar: esperando. En este sentido, los trabajadores también tenemos que ser conscientes de que si no luchamos no vamos a conseguir nada. Tenemos que organizarnos en nuestros centros de trabajo, hablar con nuestros compañeros, informarnos de nuestros derechos. Nosotros solos no vamos a conseguir mucho, pero si un grupo de trabajadores organizados se presenta delante del empresario, la cosa cambia.

Tendríamos que ir activando un poco la conciencia de clase, que anda bastante asintomática.

Porque hemos comprado el discurso de que somos clase media. ¡Bueno, yo no! Yo no soy clase media. [Se ríe] Pero mi pareja lo decía antes: es que soy clase media. ¿Clase media, chaval? ¡Si te quedas sin curro y en seis meses no tienes para comer! Hoy me reuní con unos riders de Glovo y Deliveroo y uno me decía que le convenía más ser autónomo porque así cobraba más. ¿Qué autónomo eres tú? ¿Cuánto pagas? ¿Cuánto crees que pagaría tu empresa por ti a la Seguridad Social? Y ya con argumentos vas desmontando el discurso y ellos mismos se dan cuenta de que ni son autónomos ni tienen un trabajo flexible en el cual eres tu propio jefe. Hay una falta de información brutal sobre derechos laborales. Por mucho que tengamos tanta información y tantos inputs, estamos desinformados.

¿Y qué hacemos?

Lo que falta es más trabajo en red, más compartir, más hablar, pero desde la igualdad. Hay un artículo de la Seyla Benhabib que habla de todo esto, de mirarnos a los ojos y del derecho a tener derechos por el hecho de ser personas. Yo he estado en un banco leyendo un libro y se me han acercado hombres a preguntarme que cuánto cobro. Seguro que tú estás en el mismo banco y a ti no te lo dicen. Nos leen desde esos prejuicios porque no nos conocen. Si habláramos y nos conociéramos todo eso se desmontaría porque verían que no soy ni la latina calentorra, ni el putón latino. No soy la sangre caliente, no soy la que lleva el ritmo en el cuerpo. Yo me muevo menos que una piedra, pero la gente me ve y me lee así. Pero yo no soy así. [Se ríe]. Yo soy igual que cualquier chica de mi edad que quiere trabajar, estudiar, vivir con su pareja y su gatito. No pido más. ¿Pero esto cuándo lo sabes? Cuando hablas conmigo desde la igualdad, no desde el prejuicio ni los estereotipos. Somos una sociedad diversa pero no nos acabamos de mezclar, cada uno está en su sitio y tenemos mucho trabajo por hacer.

Lo que falta es más trabajo en red, más compartir, más hablar, pero desde la igualdad. Hay un artículo de la Seyla Benhabib que habla de todo esto, de mirarnos a los ojos y del derecho a tener derechos por el hecho de ser personas. Yo he estado en un banco leyendo un libro y se me han acercado hombres a preguntarme que cuánto cobro. Seguro que tú estás en el mismo banco y a ti no te lo dicen. Nos leen desde esos prejuicios porque no nos conocen. Si habláramos y nos conociéramos todo eso se desmontaría porque verían que no soy ni la latina calentorra, ni el putón latino. No soy la sangre caliente, no soy la que lleva el ritmo en el cuerpo. Yo me muevo menos que una piedra, pero la gente me ve y me lee así. Pero yo no soy así. [Se ríe]. Yo soy igual que cualquier chica de mi edad que quiere trabajar, estudiar, vivir con su pareja y su gatito. No pido más. ¿Pero esto cuándo lo sabes? Cuando hablas conmigo desde la igualdad, no desde el prejuicio ni los estereotipos. Somos una sociedad diversa pero no nos acabamos de mezclar, cada uno está en su sitio y tenemos mucho trabajo por hacer.