El derecho a recibir información honesta

Alejandro Torrús

El patio anda revuelto. Lo sabemos. A los periodistas nos enseñaron en la carrera que los medios de comunicación tienen por objetivo cumplir tres funciones básicas: informar (dar a conocer qué ocurre en el mundo); formar (proporcionar el análisis para que el lector se pueda formar una opinión propia) y entretener (ya sea con contenido propio o a trasladando la oferta cultural del día). También nos prepararon durante horas para defender una supuesta objetividad periodística que, a la postre, no existe. Existe, a lo sumo, la equidistancia y, desafortunadamente para los partidarios de la objetividad, la asunción de este punto de vista ya supone una subjetividad de origen.

El diario Público defendió desde su fundación el valor de la honestidad. No somos objetivos ni lo pretendemos, pero sí honestos. Como ha explicado previamente en esta publicación la directora de este medio, Virginia Pérez
Alonso, mostramos a los lectores cuáles son nuestras cartas. En un desahucio ejecutado por deseo de un fondo buitre no te contamos por igual la versión del propietario y del afectado. No. Nuestro punto de vista será la defensa del derecho a una vivienda digna que, por cierto, viene recogido en la Constitución. Creemos en el pacto entre periodistas y ciudadanía. Unos acuden a su trabajo y nosotros tenemos la obligación de proporcionarles la información necesaria para que sean personas
informadas y formadas, que tengan acceso al entretenimiento y, casi más importante, que conozcan el estado de sus derechos y las posibles amenazas. Porque un derecho, por más que esté reconocido en la Carta Magna, nunca está garantizado.

Y te contamos todo esto ahora porque nosotros también somos conscientes de que cada vez es más complicado para lectores, oyentes y espectadores estar seguros de que la información que leen, que escuchan y que ven es correcta y, sobre todo, útil para su día a día. El país anda revuelto, la derecha está en permanente estado de agitación y las consecuencias económicas de la crisis derivada de una pandemia no ayudan a calmar la situación. Somos conscientes de que para el lector, oyente y espectador es cada vez más complicado tener la certeza de que quienes emitimos el mensaje estamos trabajando con la honestidad necesaria para ejercer el oficio. Lo sabemos y lo reconocemos. También entonamos el mea culpa si alguna vez el lector ha tenido esa sensación leyendo estas páginas. No era nuestra intención. De verdad. Pero también cometemos errores y nos disculpamos por ello.

La máquina de fango, de ruido, de trampas informativas y de cloacas llega a la ciudadanía desde múltiples frentes. Las nuevas tecnologías tampoco lo ponen fácil. Por WhatsApp, Facebook, Gmail, etc., nos llegan cada infinidad de mensajes, enlaces y rumores de dudosa credibilidad. También es habitual abrir un periódico deportivo y llevarse a la vista unos cuantos titulares que nada tienen que ver con deportes y cuyos enfoques o utilidad para la población son más que discutibles. El mundo está en lucha, el país está en una pelea y los medios de comunicación se han convertido, en algunos casos, en un arma más para ganar esa eterna batalla por el relato. La propaganda política y empresarial ha ganado espacio frente a la honestidad. Prueba de ello es la burbuja de las okupaciones y las campañas publicitarias de alarmas de una determinada compañía que han protagonizado el primer verano de la pandemia y que finalmente han tenido repercusión en la toma de decisiones del Gobierno.

Ante esta situación, incómoda para lectores y periodistas honestos, esta edición de la revista que Público entrega en su domicilio a sus suscriptores y suscriptoras ha decidido tratar de apagar todos los altavoces, bajar al mínimo los focos y dejar el móvil fuera de la sala. Hemos buscado a diez personas que tienen un mensaje que transmitir, protagonistas de quienes podemos aprender, reflexionar y obtener información útil para que cada persona se forme su propia opinión y reflexione sobre un mundo cambiante en el que vivimos. Hemos tratado de hablar con estas personas a solas durante un espacio prolongado de tiempo para llevaros hasta vuestra casa diez conversaciones. Queremos que las leáis con calma. Sin prisa. Sin ruido.

Fueron diseñadas y ejecutadas desde la más completa honestidad. Se le atribuye al poeta Antonio Machado una frase que dice que si cada español hablara solo de lo que entiende, se produciría un silencio que se podría aprovechar para el estudio. Desde estas páginas no defendemos el silencio. Nos gusta que la ciudadanía hable, proteste y se defienda. Como, cuando y donde quiera. En eso consisten la ciudadanía y la democracia. Nosotros, por nuestra parte, defendemos el derecho a dar y recibir
información honesta para que el necesario debate en cualquier sociedad que se pretenda democrática no se haga con las cartas marcadas por vete a saber qué intereses ocultos.

Esperamos que lo disfrutéis.