Paloma Navas: "Tengo la oportunidad de cambiar la vida de la gente. Eso es lo que me motiva"
Paloma Navas es directora general de Salud Pública en el Gobierno de Cantabria. Apenas llevaba seis meses en el cargo cuando estalló la pandemia. Tras dos décadas formándose como médica y especialista en gestión sanitaria en las universidades más prestigiosas del mundo, ahora le toca liderar un equipo para enfrentarse a la peor pandemia en un siglo.
Los epidemiólogos se han puesto de moda. Los vemos todo el día en la televisión. Y, sin embargo, incluso en mitad de la mayor pandemia en un siglo, muy pocos médicos deciden elegir la especialidad de Salud Pública y Medicina Preventiva. ¿Por qué sucede eso?
Algunos la consideran una especialidad de segunda, donde no estás tratando casos individuales de pacientes, como sí sucede cuando eres cirujana o cardióloga o médica de familia. Hay un dato curioso cuando escuchas a las personas que nos dedicamos a hacer Medicina Preventiva y Salud Pública: mucha gente quiso hacer psiquiatría previamente. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues que son especialidades que piensan el fenómeno humano de manera holística, es decir, de manera integral. Es una especialidad que te permite ver todos los factores que afectan a la salud de las personas desde un punto de vista macro y pone mucho peso en los determinantes sociales y comunitarios.
Durante la carrera y el MIR trabajó en hospitales de muchos países diferentes.
Sí, siempre me ha interesado conocer de primera mano cómo funcionaban los sistemas sanitarios en otros lugares. He rotado en Holanda (en los servicios de cirugía cardiotorácica y atención primaria). Allí recuerdo un momento que me marcó mucho: fue durante una guardia hablando con uno de los cirujanos. Él reflexionaba sobre el enorme gasto que hacíamos en Europa atendiendo a personas más mayores y cómo a él eso le generaba un conflicto ético al pensar que en los países pobres, gente mucho más joven no tuviese acceso a los cuidados básicos infinitamente más baratos. Después estuve un año en Alemania, en la facultad satélite que tiene Harvard en Dresde. También pasé por Hungría, donde me dieron una beca para hacer un estudio sobre salud de refugiados y minorías étnicas en la Europa Central. El último año de carrera lo hice en Puerto Rico. Allí estuve en varios hospitales, principalmente en el llamado Centro Médico, el gran hospital público de la ciudad de San Juan.
¿Cómo es la experiencia de una estudiante de Medicina de 23 años en un hospital de Puerto Rico?
Allí pasé por casi todos los servicios: estuve en urgencias, en oftalmología, en pediatría, en salud comunitaria... Pero recuerdo sobre todo las urgencias: teníamos heridos de bala, presidiarios… El público era muy intenso. En Puerto Rico mucha gente sólo va a la sanidad privada y nuestro hospital era el último vestigio de un sistema público de salud. Practicar allí la Medicina después de haber trabajado en Europa es muy loco. Por ejemplo: a lo mejor estaba con un paciente durante media hora repitiéndole: “Usted no puede olvidar tomarse esta medicación porque de lo contrario se va a quedar ciego”. Después de mucho rato en silencio, te respondía: “Pero doctora, esa medicación vale 500 pesos y mi pensión es sólo de 400”. Te ibas a casa hecha una mierda: estaba claro que ese hombre se iba a quedar ciego. Y sabías que era algo absolutamente evitable. A menudo lloraba cuando llegaba a casa de pura rabia y frustración. Cuando entraba a trabajar por el pasillo principal del hospital me iban agarrando la bata desde las camillas: “Doctora, doctora, tengo dolor”. Era un lugar muy duro. Eso sí: si te gusta la Medicina, ahí tienes Medicina por un tubo. Pero a nivel anímico es durísimo.
Pero usted ya había trabajado en sitios más pobres, como Camerún.
Sí, había visto miseria, orfanatos y cosas tremendas como hacer operaciones quirúrgicas usando únicamente alcohol como anestesia. Pero en Camerún mirabas alrededor y todo era miseria. En Puerto Rico mirabas alrededor y veías enormes antenas parabólicas, grandes almacenes como Walmart o vehículos pickup nuevecitos… Y, unos metros más allá, niños malnutridos. Es algo muy difícil de encajar. La situación en África te choca menos porque materialmente no había nada. Pero Puerto Rico nos muestra la realidad más salvaje del capitalismo más salvaje, un contraste brutal con la belleza de la isla.
Luego estuvo en Harvard y regresó a África, a una isla de Tanzania. Y luego se fue cinco años a hacer un doctorado en la Universidad Johns Hopkins, la universidad más prestigiosa del mundo en los asuntos de Salud Pública.
Sí, me concedieron la beca Fulbright para hacer el doctorado en la Johns Hopkins. Allí estuve siete años. La Johns Hopkins está en Baltimore, una ciudad perfectamente retratada en la serie televisiva The Wire. El ambiente tiene cierto aire a Puerto Rico: por lo decadente de los espacios públicos y las desigualdades gigantes. Para que te hagas una idea: la universidad tiene sus propios autobuses que funcionan casi como taxis y te recogen en la puerta de tu casa. No quieren que vayas andando por los problemas de inseguridad en las calles.
Cuando acabó el doctorado en EEUU decidió regresar a España.
Así es. Tras presentar un doctorado en “Políticas Sanitaria” la trayectoria habitual sería continuar en la Academia o seguir tu carrera en organismos internacionales que como el Banco Mundial o la OMS. La mayoría de mis compañeros trabajan ahí. Pero decidí volver a España sin nada organizado, en paracaídas. Me apetecía reconectar. Afortunadamente cuando llegué de Estados Unidos me salió la oportunidad de dar bastantes conferencias. Me acuerdo que di una charla TED en Madrid que tuvo bastante éxito y me ayudó a conocer a mucha gente. Ten en cuenta que yo había pasado muchos años fuera de nuestro país.
Y le ofrecieron incorporarse al gabinete de la entonces ministra María Luisa Carcedo en el Ministerio de Sanidad.
Sí. Y aquello me hizo ilusión porque después de pasar tantos años formándome precisamente en cómo la evidencia científica podía jugar un papel fundamental en la toma de decisiones a nivel de gestión sanitaria, yo podía tener un impacto en el mundo. En Hopkins el doctorado no es como en España, donde estudias una teoría… No, en Hopkins nos preparan para ser asesores científicos de los tomadores de decisiones. Además sentía también cierta obligación moral de devolver algo a la sociedad por todas las oportunidades que había tenido en mi vida. Tuve la oportunidad de llevar los asuntos internacionales en cooperación sanitaria en el seno del G20, por ejemplo. De hecho, los primeros párrafos del último comunicado del grupo de salud del G20 los escribimos nosotros. Estuve muy a gusto porque era un gabinete eminentemente técnico y científico, muy poco politiquero.
Y en el otoño de 2019 le llamó el Gobierno de Cantabria para ofrecerle el puesto de Directora General de Salud Pública.
Sí, y me hizo ilusión porque tenía un montón de ideas. Por ejemplo, quería hacer una campaña de higiene de manos. Me gusta mucho lo sencillo: medidas baratísimas, que no parecen tener importancia y sin embargo pueden tener un enorme impacto sobre la salud de la comunidad. Nos hemos olvidado de lo muy básico. Quería también armar un buen programa alrededor de los temas de envejecimiento. Me dio una fiebre salubrista: “¡Aquí se pueden hacer un montón de cosas que tienen impacto en las vidas de miles de personas!”. De repente no podía parar de pensar en proyectos que podíamos hacer en Cantabria.
Apenas llevaba seis meses en este puesto cuando estalló la pandemia y se encontró, de repente, en el centro de la respuesta ante la crisis sanitaria más grave en un siglo.
Así es.
¿Recuerda exactamente en qué momento escuchó por primera vez aquello de las “neumonías de origen desconocido en China”?
No recuerdo el momento exacto en el que leí el primer artículo al respecto. Pero en el mes de enero, en este despacho, ya estábamos a tope. Antes de que la OMS declarase la situación del coronavirus como una emergencia sanitaria internacional en Cantabria ya habíamos organizado un comité de alertas.
Al principio todo era muy confuso. Los periodistas que seguíamos el asunto no teníamos muy claro si estábamos alarmando en exceso (como ocurrió con la gripe aviar) o si, al contrario, nos estábamos quedando cortos y debíamos hacer sonar las alarmas…
Sí, todo lo que ocurría esas semanas era muy difícil de comprender. Pero a la vez veíamos que estaban confinando a millones de personas en China… Era complicadísimo entender qué estaba pasando. Estábamos vigilantes, pero la incertidumbre era inmensa. Mira, en el año 2009, el consejero de Sanidad del País Vasco compró un montón de mascarillas ante una posible ola epidémica de gripe. Pero como al final no ocurrió nada grave en nuestro país, le cayeron muchísimos palos. Ahora a ese hombre le habríamos hecho la ola.
¿Cuándo se dio cuenta que la situación iba a ser muy grave?
Recuerdo un instante concreto. Me llamaron al despacho y me informaron del caso de un chico que había llegado a Santander desde Madrid tosiendo en el tren. Su padre le había dicho: “Vente aquí, que en Valdecilla [el hospital de Santander] te hacen la PCR”. Recuerdo perfectamente aquel momento. Cuando me informaron del caso pensé: “Se terminó. A partir de ahora, lo que esté sucediendo en Madrid también está sucediendo en Cantabria”.
Una persona infectada tosiendo en el tren aquellos días en los que nadie llevaba mascarilla…
Justo unos meses antes, en octubre de 2019, yo había estado en Japón y me encontré rodeada de gente que llevaba mascarillas en el transporte público. Pensé: “¿Algún día los especialistas en Salud Pública podríamos lograr algo así en España? Ni de broma”
¿Cómo ha sido la relación entre los directores generales de Salud Pública de diferentes comunidades autónomas? ¿Ha habido compañerismo y buen rollo? ¿Se miraban de reojo si el vecino tenía mejores números?
Ha habido buen rollo y mucha colaboración. Siempre había algún compañero dispuesto a echar una mano o hablar sobre cómo estaban funcionando unas u otras medidas. Es absurdo generar una competencia entre nosotros: hoy. Nosotros acabamos llamando al tú tienes una incidencia de 20 y yo tengo una incidencia de 100, pero puede que mañana quien tenga una incidencia de 100 seas tú y quien la tenga de 20 sea yo. Lo más importante es aprender entre nosotros, especialmente entre los que somos vecinos: ¿Qué está haciendo bien Asturias que yo puedo importar? ¿Qué está haciendo bien Euskadi que
yo puedo copiar? Dedico mucho esfuerzo a intentar aprender de todos los vecinos. Estas enfermedades vuelven muy humilde a todo el mundo.
Durante algunas semanas, el mercado mundial de material sanitario estuvo completamente colapsado.
Fue durísimo, pero durísimo a un nivel que no puedes imaginar. Nosotros acabamos llamando al Ejército. Se portaron fenomenal. Nos ayudaron en tareas logísticas y de desinfección. Y te parecerá una tontería, pero me emocionó mucho una carta escrita que nos dejaron: "Adoramos esta tierra de Cantabria…". No sabes cuánto bien hace una nota de cariño cuando
estás en mitad de una guerra.
Una de las cosas de las que más nos quejamos los periodistas que hemos seguido la pandemia es la disparidad en la publicación de datos. Cada comunidad los publica a una hora diferente, en un formato distinto, algunas te dan los datos desagregados por hospital, otras no. Seguir las estadísticas de la pandemia ha sido muy complicado.
Tenéis que entender que existe una tensión entre la información, el “dataísmo” y nuestro trabajo. Hay una tensión evidente entre esos tres factores. Yo tengo que dar la información, porque es mi obligación, pero hay cierto nivel de exigencia de datos que significa una ocupación de recursos humanos tan alta que yo tenía que elegir entre revisar los datos hasta la última minucia o poner a mi gente a hacer el trabajo más urgente: controlar la pandemia. Porque yo tengo la gente que tengo y la gente no se puede multiplicar.
Si yo tengo que elegir entre poner a un epidemiólogo cuatro horas a pulir los datos o a controlar un brote… pues mi elección será evidente. Y este asunto es muy frustrante: puedes estar haciendo un buen trabajo en la gestión de la pandemia, pero si te equivocas un día con los datos, ya nadie reconoce tu trabajo.
Habiendo pasado tanto tiempo en la academia, ¿cómo es la historia de pasarse a la gestión en un puesto de tan alto rango y tan cercano a la política?
He estado en la academia, pero en el estudio de políticas sanitarias. Yo no estaba haciendo investigación biológica básica. A mí me entrenaron en planificación estratégica, en cómo comunicar con la población durante una crisis… Mi formación es, al fin y al cabo, cómo utilizar la evidencia científica disponible para tomar decisiones de gestión de la salud. Hay una diferencia que sí he notado mucho: en la academia somos muy perfeccionistas. En la gestión tienes que ir mucho más a lo práctico. No puedes pararte tanto en los detalles como te gustaría… A mí, por ejemplo, me genera cierta incomodidad cuando no llevo las cosas perfectamente preparadas. Pero es que en la gestión muchas veces no tienes ese tiempo.
Me encanta la academia: leer, viajar, estudiar teorías, analizar cómo funciona el mundo… Eso me encanta. Pero aquí, en mi puesto actual, tengo la oportunidad de tener un impacto real sobre el mundo. Ahora no tengo tiempo para leer, no tengo tiempo para investigar, no tengo tiempo para hacer cosas que me encantan. Pero puedo tomar decisiones que pueden cambiar la salud de la gente… Eso es lo que a mí me motiva. Toda la preparación que tengo... Ahora tengo la oportunidad de cambiar la vida de la gente. Eso es lo único que me motiva. Por cierto: nunca podré volver a investigar asuntos de política sanitaria como lo hacía antes. Ahora sé lo que significa ponerse en los zapatos del tomador de decisiones. Cuando vuelva a la academia, mi perspectiva habrá cambiado muchísimo.