UNA CASA PARA LA IZQUIERDA

Público es casa​

Cristina Fallarás​

Escritora y periodista​

Ilustración: SARA CABIEDAS

Se trata de la idea de casa. En mi infancia, jugábamos durante el recreo o en los días de asueto al escondite. Si te descubrían, aún te quedaba una posibilidad de “salvarte”. Era un árbol, una piedra, la barra de un columpio. Consistía en llegar allí antes de que te agarraran y tocarlo. Entonces gritábamos “¡Casa!”. Ya nada podía pasarte. De eso se trata.

La idea de casa, sí. Es vida en tanto que no muerte, que no violencia, que no palo. Es amparo para la ternura, para el desnudo, para la verdad más íntima, para la memoria, para lo que no compartiremos. Es techo, cubierta contra lluvia y tempestades, para sombra, y es cobijo. Eso es casa. En ocasiones miro a una amiga y me digo “es casa”.

Es gestación, y no me refiero solo a la maternidad, todo lo que se pare, cada idea, cada cariño, porque cada decisión requiere su proceso. Es incubadora. Eso es casa. Cada vez que he cerrado un libro con una sola idea nueva, germen de pensamientos, cada vez que una metáfora me ha sacudido he pensado que “es casa”.

Es el lugar donde establecerse, dejar de correr por fin. El lugar al que pertenecer y, ay, amiga, amigo, ojalá lo consigas un día. Es la mínima esencia de lo común, su corazón, el numen. Allí donde vuelves cuando todo es hostil, cuando no tienes nada que ver con el resto. El recuerdo al que acudes después de detenerte en un ajeno cruce de caminos. Donde te metes para que no te hagan daño. Es el territorio contra todo, y es mucho, lo que te hace daño. Eso es casa. Hay bares, sus aromas, la madera, la música, nuestra memoria de ellos, que te dicen “es casa”.

Es lo doméstico como evidencia opuesta a lo macroeconómico, a lo financiero, a la especulación, y ahí nace la economía. Es el antónimo a un cajero automático. Son los cuidados, la mujer como representación de otras formas de “patrimonio”, de “inversión”, de infinita riqueza que los bancos desprecian. Eso es casa.

Es el reconocerse en el lugar donde también se reconocen otras gentes, la idea de familia más allá de la familia con la que compartes genes. Es entrar al espacio que te envuelve y ya es tuyo. Eso es casa. Recuerdo haber sido invitada a almuerzos, encuentros, hogares que no había pisado, ver aparecer el alimento, reconocerlo y pensar “es casa”.

En este día de noviembre de 2022, después de más de 30 años de profesión, me cuesta mucho entrar en un medio de comunicación y sentirme en casa. En “casa” de acuerdo con los términos anteriores. Lo digo en tanto que periodista. Trabajo en Público. He trabajado en decenas de medios, sumando periódicos, revistas de todo tipo, radio, televisión y experimentos varios. De algunos me han echado, y ninguno de esos despidos ha tenido que ver con la calidad de mi labor. Ellos sabrán. De muchos más me he ido yo. Podría alargarme en razones económicas, de falta de ética, de discrepancias de diversa índole acerca de los contenidos, de maltrato machista, podría, pero aquí no hay sitio. Se podría resumir en que no eran casa.

También hablo en tanto que mujer crítica necesitada de información. La información lo es todo. Somos información. Sin ella, no podríamos manejarnos libremente en una sociedad que se define democrática, no podríamos votar ni negociar nuestros salarios, no conoceríamos las leyes ni nuestros derechos, cundirían las violencias, las muchas violencias posibles.

Pasado el tiempo y ya con voluntad de, no sé, raigambre, tranquilidad, confianza, recalé en Público hace algunos años. Decidí quedarme, y aquí estoy. Todas seguimos necesitando ese árbol sobre el que apoyarnos, quizás sin aliento, y decir “casa”, y salvarnos.

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