UNA CASA PARA LA IZQUIERDA

Por la derecha no pasa el tiempo​

Juan Carlos Escudier​

Subdirector de ‘Público’ de 2012 a 2016​

No hace falta ser Einstein para saber que esto del tiempo es muy relativo. Uno puede llegar a los 80 años solo para morirse en una de las residencias de Ayuso o, como decía Benedetti, puede soñar una vida entera en cinco minutos. La vida siempre ha sido eterna en cinco minutos. Hasta el mercachifle de Paulo Coelho nos ha dejado dicho que el tiempo no transcurre siempre al mismo ritmo. Hemos asumido con naturalidad que veinte años no es nada y que el Dúo Dinámico le siga cantando a una niña de 15 años sin que suene un poco pederasta. Sepan que la criatura en cuestión tendrá hoy 50 primaveras y votará al PP. Ahora bien, ¿qué significa cumplir esos mismos quince años para un periódico en los tiempos que corren? Pues significa que los milagros existen.

Tendemos a pensar con esto del tiempo que lo suyo es avanzar de manera inexorable. De hecho, es una creencia común entre esos jubilados que nos van a hundir la economía cuando les suban la pensión. Nadie les ha explicado que lo de las tres comidas diarias está sobrevalorado. Sin embargo, hay pruebas de que no siempre ocurre así. Para nuestra derecha, por ejemplo no pasa el tiempo o, si lo hace, es de una manera un tanto extraña.

Estamos ante un bucle temporal que, posiblemente, surgiera cuando Fraga tenía el Estado en la cabeza, o eso decía muy seguro Felipe González, que de lo que siempre ha dudado es de lo que tienen en la cabeza sus causahabientes. Esta anomalía explica algunos de los sucesos de los que hemos sido testigos, como esa larga marcha a lo Mahou en busca del centro político que ha acabado con la entronización de un nuevo caudillo criado a los pechos de Esperanza Aguirre, mamandurrias mediante, y con las huestes del Cid vasco acampadas en 1936.

Esta idea del eterno retorno, tan nietzscheana, encierra también la doctrina del superhombre, ese tipo de gente tan encantada de conocerse y con una vida tan intensa que la repetiría una y mil veces antes de tener otra diferente. Dicho de otra manera y sin matar a Dios, que lógicamente es sagrado, nuestra derecha entiende que lo de Lampedusa fue una errata y que lo correcto sería haber dicho que nada tiene que cambiar para que todo siga igual. A mayor abundamiento, cualquier tiempo pasado fue mejor y el progreso consiste, no ya en detener el reloj, sino en atrasarlo.

Y claro, puede que Abascal se crea un superhombre o Curro Jiménez, y que hasta Aznar se atribuya superpoderes, sobre todo a la altura de los abdominales, pero el resto, sinceramente, no da la talla. Rajoy, que era más atemporal que unas manoletinas, quiso intentarlo haciendo la estatua, pero en el momento menos pensado le cagaron las palomas de una moción de censura. Y no es que pasara un mal trago sino bastantes, a juzgar por su estado horas después.

¿Cómo se las apañan entonces para congelar el tiempo, en abierta demostración de que el calentamiento global es un invento perrofláutico? No pasando nunca de pantalla. Lea cuando lea esto, ya estemos en medio de una pandemia, en mitad de la II Guerra Mundial o en pleno apocalipsis zombi, un líder de la derecha que se precie siempre dirá lo mismo, especialmente aquello de que no hay que acabar con los ricos sino con los pobres. Y conste que una vez, cuando no pedíamos rescates sino créditos ventajosos, casi lo consiguen.

Con esta derecha, pasado presente y futuro se confunden. Si dentro de otros quince años Público sigue existiendo puede que vean al sucesor de Feijóo en la portada pidiendo que bajen los impuestos o denunciando que España se rompe. Salvo que en la foto esté Díaz Ayuso no se asusten demasiado.

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