UNA CASA PARA LA IZQUIERDA

Transformar las formas de vivir en común​​

Yayo Herrero​​

Antropóloga, ingeniera, profesora y activista ecofeminista española​​

En los últimos meses, los acontecimientos vertiginosos caen sobre la gente y crean un ambiente triste en el que respirar, a veces, duele y asusta. La pandemia, los incendios, las olas de calor, la falta de agua. Los precios de la energía y las materias primas, los de los alimentos. La guerra. Y el aumento de las desigualdades, los agobios de muchas familias para llegar a fin de mes, la frustración de jóvenes que no consiguen poner en marcha sus proyectos vitales, el esfuerzo extenuante que, mayoritariamente mujeres, realizan para sostener las vidas cotidianas. Cansancio.

La información científica alerta de que la conjunción del cambio climático, el declive de energía y materiales y la pérdida de biodiversidad han irrumpido irreversiblemente en la política. Los datos también muestran el aumento de la desigualdad, la precariedad y el abandono.

Cada vez más personas sienten perplejidad y miedo al mirar a su alrededor. Y, sin embargo, es urgente bucear en esa realidad para buscar los caminos que pueden ayudar a poner en marcha otras formas de organización social y económica, de relacionarnos entre personas y con la naturaleza.

Isabelle Stengers denomina “la intrusión de Gaia” al hecho de que la crisis ecológica se haya convertido en un agente político que pone condiciones. Un agente político con el que no se puede negociar.
No podemos volver a un pasado con petróleo, ni multiplicar el agua en las cuencas de los ríos, ni reproducir los minerales, pero sí transformar las formas de vivir en común. Podríamos virar hacia un modelo social basado en la suficiencia, en el reparto de toda la riqueza, en la resiliencia y en la protección y sostenibilidad del conjunto de la vida y de cada vida concreta.

La cuestión central es cómo hacer ese horizonte político deseable. Conseguir que la tristeza y la desidia se transformen en un clima de indignación, rabia, potencia y esperanza en el que, como dice Judith Butler, cada vida perdida merezca ser llorada, en el que conservarlas en condiciones dignas sea un empeño heroico, colectivo y compartido.

Ni siquiera hace falta plantearse que todas las personas viren a la vez. Empecemos unas cuantas. Con la voluntad de perdurar de forma justa, con confianza plena en que merece la pena intentarlo. Con el empuje que nos da ser amigas, vecinas, compañeras, hijas, madres o abuelas. Con la fuerza que da imaginar que somos amigos, vecinos, compañeros, hijos, padres y abuelos del mundo. Con la energía que da sentirse parte de la vida y querer seguir siéndolo.

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